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Fotógrafos de guerra

Chris Hondros, Guerra de Liberia, 2003

Fótografos en combate

Se juegan el pellejo en cada disparo. Nos enseñan lo que no queremos ver. Tim Hetherington y Chris Hondros, dos grandes del oficio, han muerto recientemente en Libia. Destacados fotoperiodistas han seleccionado para ‘El País Semanal’ una de sus imágenes más icónicas. A partir de ellas reflexionan sobre los desastres de la guerra.

Con 17 conflictos armados en la retina y una exitosa trayectoria, la estadounidense Corinne Dufka dejó para siempre el fotoperiodismo en 1998. El 7 de agosto de ese año subió a un avión desde Nairobi (Kenia) para viajar hasta las entrañas de la segunda guerra de Congo. Al poco de iniciar el vuelo, una bomba estallaba junto a la embajada estadounidense en la capital keniana. El brutal atentado, atribuido a Al Qaeda, provocó la muerte de más de 200 personas. Miles resultaron heridas. Dufka aterrizó en Congo y al conocer la noticia hizo todo lo posible por regresar a Nairobi. Pero llegó 12 horas más tarde del suceso. Perdió la historia. No pudo mandar una sola foto a la agencia para la que trabajaba. Estaba tan frustrada que se descubrió a sí misma incapaz de manifestar sentimiento piadoso alguno hacia las víctimas de la matanza. Enfilaba una senda peligrosa. Había perdido el control. Su mirada llevaba demasiado tiempo sobreexpuesta a la sangre humana. Unos días más tarde, la roca se desmoronó. Rompió a llorar mientras veía por televisión un reportaje sobre personas que quedaron ciegas por el impacto de cristales en sus ojos a causa de la explosión. Y se dijo: «Me salgo. Punto y final».

Jugarse el pellejo no es el único peaje que abonan quienes se dedican a retratar el horror. Hay que estar dispuesto a mirar. Y asumir las consecuencias. El alma paga un precio. Un reportero en zona de conflicto sabe lo que busca, pero nunca está preparado del todo para lo que va a presenciar. De todos los testigos de la cruda realidad belicosa, el fotógrafo -y el camarógrafo televisivo, pero esa es otra apasionante historia- es el único que no puede mirar hacia otro lado en ningún momento. Son nuestros ojos sobre el terreno. Nos enseñan lo que no queremos ver. La prueba irrefutable de los estragos de la violencia. Concentran su mirada en el pequeño visor de la cámara mientras llueven las balas. Prestan a veces más atención al encuadre que a su propia seguridad.

Gervasio Sánchez

Al miedo físico hay que añadir los fantasmas de la memoria. El cordobés Gervasio Sánchez -premio, entre otros, Nacional de Fotografía y Ortega y Gasset de Periodismo- asegura que nunca necesitó ir a un psicólogo. Ha documentado conflictos armados en medio mundo y emplea como bálsamo espiritual una simple receta: «Reencontrarme con los que un día fotografié en momentos y lugares de guerra. Saber que han sobrevivido, volver a verles y comprobar que las historias perduran más allá de las imágenes».

Poco han cambiado las reglas de este oficio desde que André Friedmann, más conocido como Robert Capa para mayor gloria del fotoperiodismo, proclamase la archiconocida necesidad de estar cerca de las historias para poder atrapar instantáneas suficientemente buenas. A pesar de considerar a Capa el primer gran fotógrafo de guerra de la era moderna, los historiadores coinciden en catalogar como pionero en la materia al británico Roger Fenton por su cobertura de la guerra de Crimea a comienzos de 1855. Como argumentaba Susan Sontag en su ensayo Ante el dolor de los demás (Alfaguara), «desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte».

Roger Fenton, Gerra de Crimea

Muchos de los mejores del gremio detestan el apelativo «fotógrafo de guerra». Es el caso de una vaca sagrada llamada Don McCullin (Reino Unido, 1935), hoy retirado. A Gervasio Sánchez tampoco le hace mucha gracia: «No me considero como tal por respeto a mis compañeros muertos cuando hacían periodismo puro, alejado de la basura de intereses políticos y económicos. Simplemente, vamos a lugares donde suceden grandes tragedias. No necesitamos que se nos considere especiales». Una leyenda viva como James Nachtwey asume, en cambio, la etiqueta. Desde Afganistán explica por qué: «Cuando tomé la decisión de dedicarme a la fotografía fue para ser fotógrafo de guerra».

Como quiera que se llamen los integrantes de esta tribu indomable, la única certeza es su permanente contacto con la muerte. Un roce demasiado intenso. Recientemente vimos correr ríos de tinta en la prensa occidental tras los fallecimientos en Libia del británico Tim Hetherington, de 40 años, y el estadounidense Chris Hondros, de 41. Fotorreporteros de reconocido prestigio, ambos han pasado a engrosar la veintena de periodistas caídos en el ejercicio de su profesión en lo que va de año, según el Committee to Protect Journalists (www.cpj.org). Nada nuevo bajo el sol. Seguirá ocurriendo mientras exista alguien dispuesto a testimoniar las contiendas y sus consecuencias. ¿Pero son capaces de provocar este tipo de imágenes algún cambio en el devenir de la humanidad? Don McCullin está convencido de lo contrario. Al teléfono desde su retiro en Somerset (Reino Unido), aclara: «Desde niño he visto este tipo de fotos, y nada ha cambiado en 60 años respecto a la guerra». James Nachtwey prefiere, sin embargo, mostrar más optimismo: «La fotografía de guerra tiene la posibilidad no solo de documentar la historia, sino de cambiar el curso de la historia. Es una herramienta para analizar la sociedad críticamente, un elemento importante en el factor de cambio».

Chris Hondros, Guerra de Irak, 2005

En una era de sobresaturación de imágenes, todos los protagonistas de estas páginas coinciden en destacar la supremacía del impacto visual que la fotografía mantiene respecto al vídeo. Benjamin Lowy, curtido en la guerra de Irak, asegura que «nuestra memoria no procesa vídeos, sino imágenes congeladas». Y elige dos iconos del desastre armado para rematar su argumento: «Tenemos grabada la instantánea de la muchacha corriendo desnuda achicharrada por el napalm en Vietnam. O la foto que Chris Hondros tomó a la niña iraquí de seis años empapada en la sangre de sus padres tras ser ejecutados por soldados estadounidenses». Aquí se plantea otro dilema: ¿hasta dónde enseñar?, ¿dónde está el límite de nuestra capacidad de mirar?

«Hay que mostrarlo todo, pero con un lenguaje más sofisticado», propone y predica con el ejemplo el jerezano Emilio Morenatti, miembro de la agencia Associated Press. «La foto del niño rodeado de moscas… Ya estamos anestesiados al respecto. Esas imágenes ya no llegan». Morenatti resultó herido en Afganistán por la explosión de una mina antitanque en 2009 mientras patrullaba empotrado con una unidad del Ejército estadounidense. Sufrió la amputación de la pierna izquierda por debajo de la rodilla, pero sigue considerando un privilegio poder contar la guerra, «lo peor del ser humano». «Aunque en lugar de estar en el frente, preferiría ir a la segunda línea. Y que el tipo de foto que he elegido para este reportaje sea la prioridad: buscar una imagen más icónica de la tragedia».

Emilio Morenatti, mujeres paquistaníes luchando por alimentos básicos. Paquistán, 2005.

El trabajo de Morenatti puede verse ahora junto al de otros destacados compatriotas en la recopilación elaborada por Rafael Moreno y Alfonso Bauluz para la editorial Turner bajo el título de Fotoperiodistas de guerra españoles. Un libro que recupera obras de pioneros como Enrique Facio y analiza la obra de los más actuales Enrique Meneses, Javier Bauluz, Santiago Lyon, Enric Martí o Sandra Balcells, además de rendir merecido homenaje a algunos de los caídos: Juantxu Rodríguez, reportero de EL PAÍS abatido en 1989 durante la invasión de Panamá; Jordi Pujol, del diario Avui, muerto en 1992, a los 25 años, en Sarajevo; y Luis Valtueña, fallecido en 1997, a los 33 años, cerca de la ciudad ruandesa de Ruhengeri.

La memoria de los muertos en acto de servicio aviva las ansias de los que quieren seguir mirando por todos nosotros a través de las cámaras. El veterano Don McCullin muestra preocupación desde su retiro por lo que considera uno de los males de este oficio en la actualidad: «Los ejércitos controlan mucho a los medios. Y por otra parte, los periódicos parecen hoy más interesados por las celebridades y el fútbol. Están vendiendo su integridad, desdibujando su naturaleza como espacio donde encontrar la auténtica verdad». Menos apocalíptico, dispuesto a seguir retratando el horror pase lo que pase, Benjamin Lowy asegura haber aprendido algo en el frente: «Los seres humanos nunca han dejado de batallar. Siempre lo harán. Por eso es importante documentar la guerra. Para saber lo que el hombre es capaz de hacer en nombre de cosas como el dinero, por ejemplo».

Quino Petit, El País.

Nick Ut, Guerra de Vietnam, 1972.

 

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Entrevista a Emilio Morenatti

Pie de foto de Emilio Morenatti

Esta imagen, que tomé en 2005 en Nablus [Cisjordania], tiene una historia bastante sórdida. La Autoridad Palestina paga -o pagaba- a cada uno de los mártires que los israelíes matan. Nos contaron que se entregaban armas de plástico a niños con alguna minusvalía psíquica y que los situaban en lugares donde quedaban a tiro de los soldados israelíes.

El ejército israelí controla de forma permanente la ciudad desde sus torres de vigilancia, y cuando ven un militante armado, disparan. En Palestina, un niño con un arma de plástico puede pasar por militante y ser abatido.

Cuando se hizo evidente que muchos niños morían abatidos entre la zona de Jenin y Nablus, algunos lo justificaron diciendo que era para cobrar lo que la Autoridad Palestina pagaba a los mártires, mientras que otros afirmaban que los niños que morían no eran retrasados, sino niños ‘normales’ que sencillamente estaban jugando con sus armas de juguete.

Eran dos versiones opuestas y una situación completamente ridícula. Lo único certero en esta historia es que eran simplemente niños jugando en la calle con sus pistolas de juguete. Poco importa si se trataba de niños con una minusvalía o sin ella. El ejército israelí acababa con sus vidas, y a pesar de los modernos y sofisticados equipos que dicen tener, eran incapaces de distinguir a un niño con una pistola de plástico de un miliciano palestino.

Emilio Morenatti, Quésabesde.

Entrevista a Emilio Morenatti

Dicen de ti que eres un fotógrafo comprometido. ¿Cómo te definirías a ti mismo?

No sabría cómo definirme, pero creo que quizás ese compromiso al que te refieres podría estar basado en la responsabilidad que siento cada día al salir con mis cámaras a realizar mi trabajo como fotoperiodista. Me siento francamente un ser privilegiado haciendo lo que hago.

¿Cuáles son los valores personales que rigen tu forma de trabajar?

Pienso que es vital no alterar las realidades que nos toca fotografiar. El fotógrafo tiene que estar ahí, pero nadie debería percibirlo. «Alcanzar la invisibilidad» es un ejercicio que me impongo diariamente, y para eso creo que hacen falta altas dosis de perseverancia.

¿Cómo has conseguido entroncar tu forma de abordar el fotoperiodismo con las pautas de una agencia de la envergadura de Associated Press (AP)?

Con un poco de suerte, creo. Al principio, pasar de EFE a AP fue como un gran mundo. Cambiar el español por el inglés fue una pesadilla, y la disciplina de las normas de AP resultó todo un ejercicio, pero una vez normalizadas estas dinámicas, todo ha sido fácil.

Cuando estás haciendo tu trabajo en un escenario violento donde corres peligro, ¿qué pensamientos acuden a tu mente?

En AP nos actualizan con cursos de supervivencia y de cómo actuar en situaciones de alto riesgo. Esto me ayudó mucho al principio. En estos cursos te enseñan cómo actuar en medio de situaciones violentas. Luego, con el tiempo y la experiencia, aprendes a analizar rápidamente y de forma instintiva el riesgo, y a valorar la propia seguridad.

Cuando empieza el follón procuro elegir un lugar seguro desde donde poder observar y hacer mi trabajo. Intento concentrarme en el trabajo y que ningún pensamiento me distraiga.

Desde la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) se ha afirmado que los corresponsales en zonas de conflicto sois «carne de cañón». ¿Con qué apoyos cuentan los fotógrafos que desarrollan su trabajo en zonas en conflicto?

Yo tengo la suerte de trabajar para una gran empresa que nos provee con las mejores medidas de seguridad. Coches blindados, chalecos antibalas y casco, cursos de formación para reaccionar en las peores situaciones y personal local en quien poder confiar para hacer nuestro trabajo. Hay veces que nada de esto es suficiente. Por eso siguen y seguirán cayendo periodistas en las zonas de conflicto. Así ha ocurrido durante toda la historia del periodismo.

¿Cómo te ves a ti mismo tras el atentado del que fuiste víctima? ¿Realmente eras consciente del peligro al que te exponías al hacer tu trabajo?

Sí, siempre tuve presente que podría ocurrir un accidente durante mi trabajo, llámese un accidente de tráfico o doméstico o profesional. Conducir un coche es también muy peligroso y todos sabemos las cifras de muertos al volante, pero no por eso la gente deja de conducir. Después del atentado, me siento en un proceso de cambio, y aunque aún no sé hacia dónde se orientará, imagino que recuperaré la actividad que tenía antes del accidente.

Dada tu experiencia como fotoperiodista en la Franja de Gaza y Jerusalén, resulta casi inevitable preguntarte por el lamentable incidente que protagonizó el ejército israelí contra la flota humanitaria Navis Marmara hace algunas semanas. El pueblo judío lleva el estigma del desarraigo y el exterminio gravado a fuego. ¿Qué ha tenido que pasar para que la víctima se haya convertido en verdugo?

Desde mi punto de vista, el ejercito israelí, al igual que gran parte de la población israelí, se encuentran, producto de su propia paranoia, totalmente aterrorizados, y dejaron hace tiempo de confiar en su propia eficacia. Dicen que no hay peor mezcla que el miedo y las armas.

Guerra preventiva, guerra contra el terror, guerra santa… Podría decirse que las guerras de hoy en día no son como las de antes. ¿Se están rompiendo las reglas, si es que eso puede existir en una guerra?

No soy un experto en este tipo de conceptos, pero sí creo que los periodistas estamos mezclados en todas ellas y que cada vez es más difícil cubrir todas estas guerras que enumeras, en el caso de que no fueran una sola con diferentes nombres.

¿Se aplica en ocasiones una política activa de «matar al mensajero»?

Sí, he comprobado que en algunos de los países donde he vivido los periodistas son un claro objetivo para diversos grupos armados, y el simple hecho de ser periodista implica ser ejecutado inmediatamente. Esto viene sucediendo actualmente en lugares como las áreas tribales de Pakistán, controladas por las milicias talibanes.

¿Crees que la crudeza con la que a veces se tratan los temas de actualidad en zonas en conflicto nos anestesia, o por el contrario nos confronta con una crueldad que a veces preferimos ignorar?

Si contando lo que sucede en el mundo, ya sea desde el frente o a mil kilómetros de distancia, estamos aburriendo o anestesiando a nuestros lectores, entonces es que hay algo que los periodistas estamos haciendo mal. Creo que hay muchas maneras de contar el conflicto, lo importante es saber cómo llegar y cómo contar aquello que estamos viendo. Éste es reto: contar historias sin caer en la crueldad innecesaria, en los tópicos o en el tedio absoluto.

¿Cómo has conseguido compaginar tu vida de pareja con tu profesión?

Teniendo la suerte de haberme casado con una mujer que también es fotoperiodista y que ama la profesión.

Recuerdo que cuando visité tu exposición «Violencia de género en Afganistán», en el CAF de Almería, antes de entrar me advirtieron amablemente de la crudeza de las fotos que se mostraban. Es un trabajo muy distinto al resto de tus fotografías; son imágenes pactadas previamente, retratos de una gran crudeza, ciertamente, pero de los que emana una fuerza de convicción y una dignidad inmensas. ¿Cómo lo sacaste adelante?

Soy súper malo haciendo retratos. No sé usar iluminación artificial ni trabajar en un estudio. Jamás llevo el flash en la bolsa y nunca en mi vida usé un trípode. Lo último que imaginé es que un día alguien premiaría un retrato hecho por mí. El mérito de un retrato es de la persona que posa. El mérito del fotógrafo es acceder a esa persona y hacer que ésta pose.

Las mujeres que habían sufrido estas agresiones tan brutales eran prácticamente inaccesibles y fue un gran reto llegar a ellas y poder contar sus historias. La mayoría de los retratos fueron improvisados, esperando el momento justo para levantar la cámara y realizar un par de secuencias, retratos horizontales para un rápido y fácil encuadre centrado, buscando ese momento paradójicamente inexpresivo.

Hablando precisamente de este trabajo, ¿qué relevancia crees que pueden tener los formatos expositivos como plataforma para la difusión de reportajes fotoperiodísticos de denuncia?

Mi objetivo es ver la foto en los periódicos, pero reconozco que la difusión de «Violencia de género en Pakistán» ha sido extraordinaria. Creo que jamás se me pasó por la cabeza que una de mis historias conseguiría un efecto mediático tan relevante.

A pesar de ser un fotógrafo muy respetado y querido, parece que no te preocupas demasiado por tu imagen pública. En tu página web, sin ir más lejos, cuelga un perenne «Página temporalmente fuera de servicio».

Me conformo con «sites» como Yahoo!, que muestran cada día las fotos que envío al cable [la galería de fotos que la agencia ofrece a sus clientes]. ¿Qué mejor web que aquélla donde se puedan ver las últimas fotos que uno hace? Se dice que a un fotógrafo se le valora por lo último que ha hecho.

Fuiste víctima de un atentado el pasado mes de agosto en Afganistán. ¿Ha cambiado esto tu forma de entender el trabajo y el papel que ejercéis los fotoperiodistas en zonas en conflicto?

No, para nada. Sigo con las miras puestas en hacer lo que hacía antes del accidente.

¿Cuál es tu objetivo más inmediato?

Sentirme físicamente a tono para poder responder en cualquier situación que requiera mi trabajo.

Quesabesde

Premios FotoPres’09

El premio FotoPres, creado en 1982 para reconocer el trabajo de los fotoperiodistas, es un certamen fotográfico bianual, que a través de la fotografía como medio artístico quiere ofrecer una mirada de sensibilización ante las situaciones de conflicto, y en esta XIX convocatoria el tema ha sido Miradas a la violencia en el mundo.

Emilio Morenatti es uno de los fotógrafos andaluces más destacados y su trabajo ha sido distinguido con los premios Andalucía de Periodismo y Europeo de Fotografía Fujifilm, así como el Pictures of the Year International, entre otros. En 2006 estuvo secuestrado 15 horas en la franja de Gaza.

El argentino Walter Astrada ha trabajado para los diarios La Nación de Argentina y la Razón de Bolivia y Associated Press, ha sido premiado con World Press Photo 2009 y actualmente reside en España.

Alfonso Moral es licenciado en Periodismo por la Universidad de Valladolid, ha participado en numerosas exposiciones colectivas, las más recientes en el Festival Internacional de Fotoperiodismo, en el Festival del INJUVE, en Madrid y en el Sonimag de Barcelona. Ha colaborado en diversas campañas como la Acción contra el hambre, la serie Sida en Mozambique, el Instituto del Mundo Árabe de Francia, los Cristianos en Siria en 2007 o la Fundación Olof Palme, Franja de Gaza, en 2006.

Las fotografías se exhibirán en una exposición en CaixaForum de Barcelona el próximo otoño.

Fuente.

Premios FotoPres 2009

El premio FotoPres, creado en 1982 para reconocer el trabajo de los fotoperiodistas, es un certamen fotográfico bianual, que a través de la fotografía como medio artístico quiere ofrecer una mirada de sensibilización ante las situaciones de conflicto, y en esta XIX convocatoria el tema ha sido Miradas a la violencia en el mundo.

Emilio Morenatti es uno de los fotógrafos andaluces más destacados y su trabajo ha sido distinguido con los premios Andalucía de Periodismo y Europeo de Fotografía Fujifilm, así como el Pictures of the Year International, entre otros. En 2006 estuvo secuestrado 15 horas en la franja de Gaza.

El argentino Walter Astrada ha trabajado para los diarios La Nación de Argentina y la Razón de Bolivia y Associated Press, ha sido premiado con World Press Photo 2009 y actualmente reside en España.

Alfonso Moral es licenciado en Periodismo por la Universidad de Valladolid, ha participado en numerosas exposiciones colectivas, las más recientes en el Festival Internacional de Fotoperiodismo, en el Festival del INJUVE, en Madrid y en el Sonimag de Barcelona. Ha colaborado en diversas campañas como la Acción contra el hambre, la serie Sida en Mozambique, el Instituto del Mundo Árabe de Francia, los Cristianos en Siria en 2007 o la Fundación Olof Palme, Franja de Gaza, en 2006.

Las fotografías se exhibirán en una exposición en CaixaForum de Barcelona el próximo otoño.

Fuente.