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Manu Brabo relata su cautiverio.

El fotógrafo Manu Brabo, emocionado, durante la rueda de prensa en el aeropuerto de Barajas. Foto por Luis Sevillano

«La cagamos pisándole un poco más de lo que teníamos que pisarle», reconoció ayer el reportero Manu Brabo (1981) nada más regresar a España. Explicaba así que él y sus tres colegas buscaban mejores fotografías de combate y acabaron metidos en la boca del lobo. Estaban el pasado 5 de abril en la línea del frente oriental de la guerra de Libia junto al «ejército de Pancho Villa», los rebeldes, cuando contraatacaron los «gadafos», los hombres de Muamar Gadafi. «Dispararon sobre nosotros y nos pillaron». «Hasta ese día estaba viviendo el sueño de mi vida», admitió sin saber si volverá a trabajar en el conflicto libio.

Fueron momentos de enorme tensión y peligro en los que Brabo, los estadounidenses Clare Morgana Gillis y James Foley, y el sudafricano Anton Hammerl huyeron cada uno como pudo de los disparos. Los tres primeros fueron capturados y metidos en un todoterreno a culatazos. Hammerl recibió al menos un balazo y lo vieron «pálido y con las tripas fuera».

Las autoridades libias lo han ocultado y llegaron a decir mientras se negociaba su liberación que estaba bien. Todo apunta a que murió. Su familia no descarta que fuera incluso abandonado en el mismo campo de batalla. «Yo creo que ha palmado», dijo compungido Brabo a ABC. Todo esto se ha sabido cuando los tres reporteros se han sentido a salvo fuera de Libia. Sudáfrica exige que encuentren el cuerpo para que, al menos, pueda ser enterrado dignamente. Es el cuarto reportero gráfico caído en esta guerra.

A Brabo se le atragantaron las palabras cuando, sentado entre sus padres, trató de dar las gracias a todos los que han luchado para que terminara su cautiverio de 43 días, especialmente al diplomático enviado a Libia por el Ministerio de Exteriores. Decenas de informadores lo esperaron en el aeropuerto madrileño de Barajas. «Estoy flipado», dijo instantes antes de rebobinar la «película» de este mes y medio en el que «no le ha salido de las narices perder la esperanza y convertirse en un andrajo en su celda».

Baile de mazmorras

El baile de mazmorras empezó en una casa de Brega, donde los capturaron. De allí, a un calabozo supuestamente en Sirte. Interrogatorio con los ojos vendados y entrevista con la televisión libia junto a un equipo de la cadena MBC detenido también. «Tranquilos, que esto son tres días», dijo uno de los reporteros de la MBC camino de Trípoli. Todos pensaban que iban a ser puestos en libertad al llegar a la capital. «Él sí se fue, nosotros no», recordó Brabo con cierto humor. Eso sirvió, al menos, para que se tuvieran las primeras noticias de que el fotoperiodista español estaba en Trípoli.

Pasó 12 días aislado en una celda. Lo interrogaron durante cuatro horas y lo tacharon de espía pero la primera vez que lo llevaron a los juzgados el tono bajó y los acusaron de entrar en el país de forma ilegal y trabajar sin permiso. Tras un nuevo traslado, compartió celda con ocho reclusos. Desde allí le dejaron llamar a sus padres. Era el 23 de abril y por vez primera se tenía desde España contacto directo con él. Tras una segunda sesión en los juzgados se le presentó un amigo de Saadi Gadafi, hijo del dictador, que consideró la detención de los reporteros una «injusticia». «Me dio 50 dinares con los que compré tabaco y cepillos de dientes para toda la celda», señaló Brabo.

Entonces los trasladaron a una villa. «De repente tengo cama, espejo, dos libros en inglés y un plato de pescado con gambas». Pero los bombardeos de la OTAN los obligaron a una nueva mudanza. Acabaron en otra casa que Brabo calificó de «granja de engorde» por como les daban de comer. Es allí donde recibió el 9 de mayo la visita de Diego Ruiz Alonso, el diplomático enviado hace más de un mes a liberarlo. «Lo peor ha pasado, ten paciencia y no hagas ninguna cagada», dijo el reportero que le aconsejó. El final estaba, efectivamente, cerca. El martes pasado en el tribunal «el que era fiscal se pone la toga y ahora es el juez». Cerró el tejemaneje procesal dejándolos libres pero heridos por la ausencia de Hammerl.

ABC