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Pie de foto: Monasterio budista por Martine Franck

monje budista, paloma, niño reencarnado

No suelo mirar mucho mis propias fotografías, pero ésta siempre me pone de buen humor. Fue un momento perfecto.

En 1996, estaba en Nepal en un monasterio budista fotografiando a los niños reencarnados. Cada uno tiene un maestro principal que normalmente conocía a la persona que se supone que se ha reencarnado en el niño –frecuentemente era su propio maestro- así que están muy unidos, con como relaciones casi maternas.

Los niños tienen que trabajar muy duro porque algún día serán maestros budistas y tendrán que enseñar a otros. Este chico estaba teniendo algunos problemas para recitar todos los mantras que tenía que memorizar. La paloma ya estaba revoloteando en la habitación. A los budistas les encantan los animales, así que estaban por todo el monasterio.

Llevaba allí una hora, sentada silenciosamente en una esquina, observando. Ni por un segundo imaginé que el pájaro podía posarse sobre la cabeza del monje. Ahí está lo milagroso de la fotografía, pruebas y capturas las sorpresas.

Estaba en el lugar apropiado en el momento oportuno, con el objetivo correcto. Si hubiese tenido el zoom puesto, no habría tenido tiempo de colocarme. De hecho, tenía dos leicas, una de 35 y otra de 50mm, las dos con la exposición ajustada a la luz y la 35mm hizo el trabajo.

La fotografía es de alguna manera un símbolo de paz y de la gente joven entendiéndose con los mayores. Aunque realmente no me di cuenta en ese momento, fue instintivo. Más adelante te das cuenta de lo que significa una fotografía.

Cuando volví, se la enseñe a un muy buen amigo mío, el fotógrafo Josef Koudelka, y me dijo: ‘Martine, si sólo hubieses traído esta fotografía de la India, tu viaje ya habría merecido la pena’.

 

Podéis encontrar el texto original en inglés en Guardian.

Martine Franck. Monasterio budista

Martine Franck

Martine Franck. Tulku Khentrul Lodro Rabsel (de 12 años) con su tutor Lhagyel. Bodnath, Nepal, 1996.

No suelo mirar mucho mis propias fotografías, pero ésta siempre me pone de buen humor. Fue un momento perfecto.

En 1996, estaba en Nepal en un monasterio budista fotografiando a los niños reencarnados. Cada uno tiene un maestro principal que normalmente conocía a la persona que se supone que se ha reencarnado en el niño –frecuentemente era su propio maestro- así que están muy unidos, con como relaciones casi maternas.

Los niños tienen que trabajar muy duro porque algún día serán maestros budistas y tendrán que enseñar a otros. Este chico estaba teniendo algunos problemas para recitar todos los mantras que tenía que memorizar. La paloma ya estaba revoloteando en la habitación. A los budistas les encantan los animales, así que estaban por todo el monasterio.

Llevaba allí una hora, sentada silenciosamente en una esquina, observando. Ni por un segundo imaginé que el pájaro podía posarse sobre la cabeza del monje. Ahí está lo milagroso de la fotografía, pruebas y capturas las sorpresas.

Estaba en el lugar apropiado en el momento oportuno, con el objetivo correcto. Si hubiese tenido el zoom puesto, no habría tenido tiempo de colocarme. De hecho, tenía dos leicas, una de 35 y otra de 50mm, las dos con la exposición ajustada a la luz y la 35mm hizo el trabajo.

La fotografía es de alguna manera un símbolo de paz y de la gente joven entendiéndose con los mayores. Aunque realmente no me di cuenta en ese momento, fue instintivo. Más adelante te das cuenta de lo que significa una fotografía.

Cuando volví, se la enseñe a un muy buen amigo mío, el fotógrafo Josef Koudelka, y me dijo: ‘Martine, si sólo hubieses traído esta fotografía de la India, tu viaje ya habría merecido la pena’.

 

Podéis encontrar el texto original en inglés en Guardian.