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José Ramón Bas.

Ha sido el descubrimiento de hoy, navegando por youtube he encontrado este vídeo donde se puede ver parte de su trabajo. Abajo os copio un artículo que habla de su trayectoria artística a propósito de la publicación de un volumen de Photobolsillo dedicado a él.

LA VOZ DEL VIAJERO. CHRISTIAN CAUJOLLE

Creo que no conocía personalmente a José Ramón Bas la primera vez que vi su obra, pero recuerdo la sorpresa que me provocó. En primer lugar, se debió al contexto: era uno de los ganadores del premio Fotopress, que otorgaba La Caixa, en Barcelona, y su obra desentonaba en medio de la de una serie de fotoperiodistas serios, pero con un enfoque clásico. Entre 1996 y 1998 había pasado temporadas en Cuba, que sin duda aprovechó bien, y ofrecía una visión de la isla sonriente, dinámica, por medio de imágenes tomadas con gran angular, en blanco y negro, aunque luego las había coloreado a mano (aún no existía Photoshop, herramienta que él sigue sin usar) y las había enmarcado haciendo que la pintura se desbordase e invadiese el marco, parte integrante de cada obra. Nada que ver, pues, con la simple documentación del modo de vida de un país atenazado por el bloqueo de Estados Unidos y el régimen castrista, nada que ver con el exotismo fácil de mares azules y macizos de buganvillas con jóvenes hermosas, delgadas y morenas. No obstante, se percibe ya en estas imágenes esa particular poesía y esa presencia de los niños que hasta hoy siguen surcando la trayectoria de un fotógrafo viajero, sin duda viajero antes que fotógrafo, que se nutre de sus encuentros, de sus pasiones, de su afición a los descubrimientos, con una libertad que no se ha visto modificada por el transcurso de los años ⎯pues, en él, la libertad es tan vital como la respiración⎯ y a la que nunca faltan ni la inspiración ni la experimentación. Hay que resaltar el hecho de que se trata de un viajero, no de un turista, lo cual constituye una diferencia esencial.

A partir de 1998 llega África, abordada a través de la Puerta de África, donde emplea copias viradas, marcos más finos, que parecían aspirar a pasar desapercibidos antes de desaparecer, y la escritura, la cual, de diversos modos, a veces simplemente reducida a signos, va a encontrar poco a poco su lugar dialogando con la imagen primera. Ya se vislumbra una especie de lúdico menosprecio de «la copia hermosa y perfecta» y un júbilo en la necesidad de transmitir cosas.
África comienza en el desierto, con imágenes yuxtapuestas que se estiran como panorámicas sin pretender en ningún momento encajar a la perfección las unas con las otras para «reconstruir» un espacio «real», «auténtico» o «verosímil». Entran en juego aquí una flecha que atrae la mirada, guiándola, un trazo a lápiz rojo en torno a un personaje, el marco dentro del marco, una gramática o, en todo caso, elementos de una semántica propia.


Del mismo modo, en 1998 entra en juego la utilización de la incrustación en resina, en dos instalaciones que no se reproducen aquí. En Crysalida, una serie de miniaturas sacadas de una maleta que conservaba su familia queda atrapada en esa materia translúcida que despierta los aromas y el recuerdo de un regalo navideño de la infancia (cuya venta estaría prohibida hoy día) y que dialoga con la práctica de una artesana joyera amiga suya. Unidas por dos anillos, las pequeñas imágenes juegan con la luz que las atraviesa, creando una estalactita elegante y frágil, una escultura aérea del recuerdo que se instala en el espacio.

En El viaje de la tía Mercedes volvemos a encontrar, declinada en dimensiones variables, esa recuperación de la memoria familiar. Esta obra reúne, siempre unidas con anillas, protegidas en caparazones de plástico y expuestas por el lado de la fotografía o por el del texto, las tarjetas postales enviadas por una tía abuela casada con un aristócrata francés que trabajaba en Wagon Lits y que, por ello, viajaba mucho. Con sus sellos y matasellos, con unas cuantas palabras escritas o un verdadero pensamiento, con sus vistas típicas, estas cortinas de papel cargadas de recuerdos y separadas del muro dejan que la luz penetre en ellas y las haga vibrar.


(…)Ícaro, serie que inició en 2005 y a la que ha regresado incontables veces en forma de libro objeto, de copias de formatos diferentes (para José Ramón Bas, el negativo es una matriz, de tal modo que, a partir de la misma imagen, en función de sus humores, de sus sensaciones y de sus emociones, puede crear obras distintas), marca la importancia o, más bien, una presencia más pronunciada del color. En esta serie, cuyo título es el nombre de un chaval de doce años que, en Ceara (Brasil), se hizo amigo del fotógrafo y le sirvió de improvisado ayudante («Jamás he conocido a nadie con un nombre tan ligado a su aspecto: realmente era una encarnación del mito de Ícaro»), el color está presente con naturalidad, sin llamar la atención, en total libertad de cohabitación con el blanco y negro. Ícaro, el sueño de volar que fue ⎯o sigue siendo⎯ el de todos los niños. Al pequeño Ícaro brasileño José Ramón Bas le ha encontrado unas alas y un precioso trazo a lápiz rojo que destaca el tono acaramelado de su piel. Adquiere importancia el tratamiento de los fondos, en los que emplea la técnica del lavado, el colaje con lazo negro, de nuevo la escritura, el dibujo que desborda la imagen y se escapa hacia la imagen vecina, donde la fotografía ha sido olvidada voluntariamente para no dejar más que los contornos en blanco y negro sobre fondo negro.


En 2006, pone rumbo a Camerún para crear Mukalo (palabra que significa «blanquito» y que puede designar tanto a un niño albino como a un occidental, algo que fascina a nuestro José Ramón Bas. El trabajo que se desarrolla está irrigado de dibujos, busca su camino en las formas, viaja, inventa rizomas imprevistos, sorpresas. Entre tanto, se construye un tren, un pequeño tren hecho de objetos, de latas de bebidas, de mapas, de fotografías. Actualmente, consta de veintiún vagones de veinte centímetros cada uno, unidos mediante imanes. José Ramón Bas quiere seguir enriqueciéndolo, asociando con él también objetos que son recuerdos de viajes de algunos de sus amigos. Nimele Bolo, título tomado del dialecto douala, reúne niños de diversas regiones de África, que el artista saca de su contexto mediante el tratamiento de los fondos, paisajes surcados por reminiscencias de la infancia. El término da la perspectiva de un nuevo impulso, como el de la piragua que retoma el curso de agua. Su serie más reciente, Ndar ⎯nombre de la ciudad senegalesa de San Luis en lengua wolof⎯, demuestra, una vez más mediante la presencia de niños portadores de esperanza, que José Ramón Bas se sumerge en África con ternura y respeto, cada vez más profundamente.


José Ramón Bas, inclasificable poeta, entregado por entero a su libertad y a sus descubrimientos, sigue siendo un niño delicioso, inventivo y risueño, un viajante, un manitas que se parece mucho a esos críos capaces de maravillarse e inventar juguetes maravillosos con los objetos que los rodean. Y esto es algo que sienta muy bien.

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