Posts Tagged ‘ Mujer ’

‘Women are beautiful» de Garry Winogrand

La pasión por fotografiar a las mujeres

Guapas y libres. Así eran las mujeres que retrató el fotógrafo neoyorquino Winogrand. En la década de las revoluciones, los años sesenta, ellas hacían notar su presencia sintiendo por primera vez la importancia de su sexo. La serie ‘Las mujeres son bellas’ es un valioso documento para comprender una época.

«Cuando veo una mujer atractiva, hago lo que mejor sé hacer, fotografiarla”. Garry Winogrand (1928-1984), uno de los grandes fotógrafos estadounidenses, era así, directo y sincero. El “príncipe de las calles”, como le apodaron sus colegas, huyó de los estudios, de los flases, de escenarios fabricados, y eligió el contacto directo con la realidad. Su serie de retratos agrupados en la serie Women are beautiful (Las mujeres son bellas) es un testimonio directo de aquellas americanas que rompieron con los corsés y desafiaron al mundo en la década de los sesenta.

Nació y creció en el Bronx neoyorquino, se enroló fugazmente en el ejército y estudió arte en la Universidad de Columbia, pero todo pasó a un segundo plano cuando un amigo le mostró un cuarto oscuro. Fue su primera experiencia en el proceso de la fotografía. Un descubrimiento. “Nunca volví a pintar”, diría después.

Transformado en un compulsivo reportero –influido por Walker Evans y sus retratos de la América profunda–, fotografiaba “las cosas para ver a qué se parecen cuando han sido fotografiadas”. Expuso en tres ocasiones en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, consiguió dos becas del Guggenheim y fue un excelente profesor en el Instituto de Diseño de Chicago y en la Universidad de Tejas.

En 1950, las revistas ilustradas lo invadían todo. El mercado de la posguerra demandaba fotorreporteros y la generación de Winogrand, lejos de la imagen del fotógrafo de acción y aventurero, perseguía la autenticidad. Una buena muestra es la serie de mujeres de Winogrand, propiedad de la coleccionista Lola Garrido, que por primera vez se exhibe completa en Barcelona, en la Fundación Colectania. “Inge Morath [fotógrafa y esposa del escritor Henry Miller] me aconsejó comprarla. El portfolio de 85 fotografías salió a la venta en 1984 en San Francisco; es el trabajo de muchos años por las calles de varias ciudades, Nueva York, San Francisco, Aspen… Winogrand supo retratar lo que significó el cambio de actitud de la mujer”, afirma.

Las mujeres que inmortalizó Winogrand transmiten alegría de vivir, reflejan el cambio de hábitos de una sociedad a la que se incorporaron sin complejos. Ellas se convirtieron en protagonistas. Se manifestaban con pancartas a favor del aborto, lanzaban sus sujetadores a la basura, cortaron sus faldas y trabajaron en oficios hasta entonces considerados solo de hombres. En los años de la guerra fría, una nueva generación pedía paso. John F. Kennedy llegaba a la presidencia de Estados Unidos como la gran esperanza; I want to hold your hand, de Los Beatles, escalaba el primer puesto de las listas americanas; las mujeres se enrolaban en el movimiento feminista, mostraban su cuerpo sin inhibiciones, paladeaban su libertad. Winogrand atrapó aquel goce de una conquista. “No es un reportaje”, dice Garrido, “son fotos hechas al azar. Para hacer esta serie disparó más de 15.000 imágenes. Buscaba el gesto y luego editaba las fotos”. Women are beautiful apareció en 1975. No tuvo mucho éxito. Fotógrafos y críticos encontraron la obra desigual, pero se convirtió en un símbolo. De una época, de una revolución. Winogrand inició este trabajo en 1960, a las puertas de la guerra de Vietnam, que marcó a fuego a la sociedad norteamericana, y la publicó en 1975, cuando cayó la ciudad de Saigón.

“No sé si todas las mujeres de las fotos son bellas, pero sí que las mujeres son bellas en las fotos”, escribió Garry Winogrand en el prólogo de su libro. Aquellas guapas mujeres anónimas ni siquiera se fijaban en un hombre con una Leica de gran angular preenfocado que tomaba fotos sin mirar por el visor, sin encuadrar. Winogrand observaba, divisaba una chica guapa con buenos pechos y disparaba. Mujeres en las avenidas neoyorquinas, riendo, sonriendo, tumbadas, con una pierna levantada, en gestos que hasta entonces nunca habían sido reflejados. “Es uno de los fotógrafos que más han hecho por la liberación de la mujer”, asegura Lola Garrido. “El primero que retrató a las mujeres como son de verdad”.

John Szarkowski, el primer director del departamento de fotografía del MOMA, llamaba a Garry Winogrand “el principal de su época”. Junto a Diane Arbus y Lee Friedlander encabezó una nueva generación de fotógrafos que pretendieron no reformar la vida, sino conocerla. O, como decía el pintor Frank Stella, todo lo que hay que ver es lo que ves. Eso es lo que hacía Winogrand con un estilo de encuadres diagonales muy cercano al expresionismo abstracto.

Winogrand oscilaba entre el optimismo y la melancolía. Su primera mujer le acusaba de egocéntrico, exigente e insensible. Lo cierto es que vivía para la fotografía. “Sentí que era mi camino y me agarré a él. Lo necesito desesperadamente y nada me ha hecho nunca apartarme de la fotografía”. 1975, cuando publicó Women are beautiful, fue un mal año para él. Dejó de fumar, engordó 15 kilos, y detectaron que algo no iba bien en su tiroides. Cuando murió, en 1984, dejó en su estudio más de 300.000 rollos de películas sin revelar, miles de fotos sin clasificar. Un final digno para su gran pasión.

La exposición ‘Women are beautiful’ se inaugura en la Fundación Foto Colectania (Julián Romea, 6. Barcelona), el próximo miércoles.

Julia Luzán. El País.


“Fue mujer”, Gisèle Freund por Clemente Bernad.

La práctica de la fotografía estuvo reservada en sus inicios a las clases más acomodadas, que encontraron en ella el medio idóneo para explorar el mundo y representarse a sí mismas lejos del inaccesible y aristocrático mundo de la representación pictórica o escultórica, reservado a la nobleza y a la Iglesia. Si por un lado era cierto que en cierta manera se “democratizaba” el acceso al arte y a la representación visual, no fue menos cierto que dicha democratización cerraba las puertas a quienes no disponían de los medios y del tiempo necesarios para cultivar una disciplina que reclamaba una gran dedicación, algo imposible para quienes no disfrutaban de una holgada posición económica. Las mujeres fueron las otras grandes marginadas de la práctica fotográfica, a la que sólo en los últimos tiempos acceden de una manera más habitual, aunque de ninguna manera normalizada y únicamente en ciertos ámbitos dentro del mundo profesional, quedando otros reservados casi en exclusiva a los hombres. La historia de la fotografía es, como sucede en tantas otras cosas, la historia de la fotografía hecha, dominada, dirigida, controlada, manipulada y por supuesto contada por hombres. Por ello, por el esfuerzo y el precio que tuvieron que pagar, las pocas mujeres que consiguieron abrirse un hueco en una estructura absolutamente machista como la de lo fotográfico han dejado sin duda una huella indeleble. Y Gisèle Freund es, dentro de ese reducido grupo de mujeres, un caso paradigmático, por su doble condición de fotógrafa y de teórica de la imagen, sobretodo porque supo poner en contacto de forma rigurosa la Sociología y la fotografía.

James Joyce por Gisèle Freund

Gisèle Freund nació en 1908 en Berlín en el seno de una familia judía, y al terminar el bachillerato su padre le regaló una cámara Leica, muy poco tiempo después de ponerse a la venta. Se acababa de producir en los E.E.U.U. el crack de 1929 y la crisis económica vino acompañada por el crecimiento de los regímenes fascistas en Europa. Se matriculó en Sociología y se dedicó a fotografiar el ascenso del nazismo y las protestas contra él con una actitud militante y comprometida, que la llevó a abandonar Alemania rumbo a París en 1933. Allí logró terminar sus estudios en La Sorbona y doctorarse con una tesis sobre la fotografía en Francia durante el S. XIX, mientras conocía a destacados miembros de la intelectualidad francesa y los fotografiaba. La práctica de la fotografía la llevó a plantearse numerosas preguntas acerca de la identidad de la imagen fotográfica y de su pertinencia para ocuparse de la realidad social, cuestiones sobre las que el filósofo Walter Benjamin también se interesó con intensidad y a quien frecuentó durante su estancia en París. Quiso ser socióloga porque los problemas sociales la perturbaban y se cuestionaba la vida de los demás, fundamentalmente sus melancolías, sus esperanzas, sus angustias. Desarrolló un enorme interés por desentrañar la personalidad humana a través de fotografiar sus rostros. Tuvo la enorme habilidad de acceder allá donde le interesó, de cultivar amistades que le hicieron ser testigo directo de gran parte de la vida intelectual y política del S.XX, y de poner en negro sobre blanco sus inquietudes acerca del lenguaje fotográfico con rigor y al mismo tiempo con un eficaz tono divulgativo.

Sin embargo, es probable que su abundante y diverso acercamiento a lo fotográfico desde varios flancos diferentes le haya restado injustamente relevancia en diversos análisis históricos de la fotografía,que habitualmente clasifican a los fotógrafos mediante etiquetas simplistas y fácilmente reconocibles, pero prefieren olvidarse de quienes aportan complejidad y proponen reflexión. Y más aún si la reflexión propuesta es sencilla y transparente, alejada de la retórica con que la fotografía se ha ido revistiendo en los últimos años. Gisèle Freund lo expresa claramente en su libro El mundo y mi cámara: “Abrid los ojos y el corazón, apasionaos por el destino del hombre en esta tierra turbada, y haced de vuestra cámara un testigo de vuestro tiempo. Aunque la técnica fotográfica ya no plantea problemas, la imagen que registra la cámara sigue dependiendo del hombre”.

Virginia Woolf por Gisèle Freund

Quizás haya sido su condición de mujer lo que le haya impedido ocupar un lugar más cálido en la memoria de la fotografía del S.XX. Quizás si hubiese sido un hombre quien fotografiase los primeros crímenes del nazismo, quien se exiliase huyendo de Hitler, quien fotografiase a los intelectuales, artistas y literatos más importantes del momento y cultivase en muchos casos su amistad, quien asistiese a la eclosión artística en el México de mediados del siglo pasado o fotografiase incisivamente a un icono como Eva Perón, quien fuese también uno de los primeros miembros de la Agencia Magnum y fuese perseguida en los E.E.U.U. por la “caza de brujas” del Senador McCarthy, quien se doctorase en Sociología por la Sorbona con una tesis sobre la Historia de la Fotografía o escribiese un libro referencial como es La fotografía como documento social, o quien simplemente ejerciese la profesión de fotógrafo con humildad y oficio…, si hubiese sido un hombre, decía, tendría hoy otra consideración. Pero fue mujer. Y el propio Robert Capa, el mítico fotógrafo de guerra, el militante comunista que acudió con su pequeña cámara y sus ilusiones a la guerra civil de 1936, el fundador de Magnum, el fotógrafo del desembarco de Normandía y el inspirador de toda una forma de entender el fotoperiodismo, no tuvo el valor, la solidaridad ni la responsabilidad para resistir al hecho de que Gisèle Freund tuviese problemas con la Admistración norteamericana y le pusiese a él mismo en peligro, por lo que acabó despidiéndola de la Agencia. Quizás, si hubiese sido hombre, las cosas habrían sido diferentes.

Clemente Bernad.

Fue mujer. Gisèle Freund por Clemente Bernad.

La práctica de la fotografía estuvo reservada en sus inicios a las clases más acomodadas, que encontraron en ella el medio idóneo para explorar el mundo y representarse a sí mismas lejos del inaccesible y aristocrático mundo de la representación pictórica o escultórica, reservado a la nobleza y a la Iglesia. Si por un lado era cierto que en cierta manera se “democratizaba” el acceso al arte y a la representación visual, no fue menos cierto que dicha democratización cerraba las puertas a quienes no disponían de los medios y del tiempo necesarios para cultivar una disciplina que reclamaba una gran dedicación, algo imposible para quienes no disfrutaban de una holgada posición económica. Las mujeres fueron las otras grandes marginadas de la práctica fotográfica, a la que sólo en los últimos tiempos acceden de una manera más habitual, aunque de ninguna manera normalizada y únicamente en ciertos ámbitos dentro del mundo profesional, quedando otros reservados casi en exclusiva a los hombres. La historia de la fotografía es, como sucede en tantas otras cosas, la historia de la fotografía hecha, dominada, dirigida, controlada, manipulada y por supuesto contada por hombres. Por ello, por el esfuerzo y el precio que tuvieron que pagar, las pocas mujeres que consiguieron abrirse un hueco en una estructura absolutamente machista como la de lo fotográfico han dejado sin duda una huella indeleble. Y Gisèle Freund es, dentro de ese reducido grupo de mujeres, un caso paradigmático, por su doble condición de fotógrafa y de teórica de la imagen, sobretodo porque supo poner en contacto de forma rigurosa la Sociología y la fotografía.

James Joyce por Gisèle Freund

Gisèle Freund nació en 1908 en Berlín en el seno de una familia judía, y al terminar el bachillerato su padre le regaló una cámara Leica, muy poco tiempo después de ponerse a la venta. Se acababa de producir en los E.E.U.U. el crack de 1929 y la crisis económica vino acompañada por el crecimiento de los regímenes fascistas en Europa. Se matriculó en Sociología y se dedicó a fotografiar el ascenso del nazismo y las protestas contra él con una actitud militante y comprometida, que la llevó a abandonar Alemania rumbo a París en 1933. Allí logró terminar sus estudios en La Sorbona y doctorarse con una tesis sobre la fotografía en Francia durante el S. XIX, mientras conocía a destacados miembros de la intelectualidad francesa y los fotografiaba. La práctica de la fotografía la llevó a plantearse numerosas preguntas acerca de la identidad de la imagen fotográfica y de su pertinencia para ocuparse de la realidad social, cuestiones sobre las que el filósofo Walter Benjamin también se interesó con intensidad y a quien frecuentó durante su estancia en París. Quiso ser socióloga porque los problemas sociales la perturbaban y se cuestionaba la vida de los demás, fundamentalmente sus melancolías, sus esperanzas, sus angustias. Desarrolló un enorme interés por desentrañar la personalidad humana a través de fotografiar sus rostros. Tuvo la enorme habilidad de acceder allá donde le interesó, de cultivar amistades que le hicieron ser testigo directo de gran parte de la vida intelectual y política del S.XX, y de poner en negro sobre blanco sus inquietudes acerca del lenguaje fotográfico con rigor y al mismo tiempo con un eficaz tono divulgativo.

Sin embargo, es probable que su abundante y diverso acercamiento a lo fotográfico desde varios flancos diferentes le haya restado injustamente relevancia en diversos análisis históricos de la fotografía,que habitualmente clasifican a los fotógrafos mediante etiquetas simplistas y fácilmente reconocibles, pero prefieren olvidarse de quienes aportan complejidad y proponen reflexión. Y más aún si la reflexión propuesta es sencilla y transparente, alejada de la retórica con que la fotografía se ha ido revistiendo en los últimos años. Gisèle Freund lo expresa claramente en su libro El mundo y mi cámara: “Abrid los ojos y el corazón, apasionaos por el destino del hombre en esta tierra turbada, y haced de vuestra cámara un testigo de vuestro tiempo. Aunque la técnica fotográfica ya no plantea problemas, la imagen que registra la cámara sigue dependiendo del hombre”.

Virginia Woolf por Gisèle Freund

Quizás haya sido su condición de mujer lo que le haya impedido ocupar un lugar más cálido en la memoria de la fotografía del S.XX. Quizás si hubiese sido un hombre quien fotografiase los primeros crímenes del nazismo, quien se exiliase huyendo de Hitler, quien fotografiase a los intelectuales, artistas y literatos más importantes del momento y cultivase en muchos casos su amistad, quien asistiese a la eclosión artística en el México de mediados del siglo pasado o fotografiase incisivamente a un icono como Eva Perón, quien fuese también uno de los primeros miembros de la Agencia Magnum y fuese perseguida en los E.E.U.U. por la “caza de brujas” del Senador McCarthy, quien se doctorase en Sociología por la Sorbona con una tesis sobre la Historia de la Fotografía o escribiese un libro referencial como es La fotografía como documento social, o quien simplemente ejerciese la profesión de fotógrafo con humildad y oficio…, si hubiese sido un hombre, decía, tendría hoy otra consideración. Pero fue mujer. Y el propio Robert Capa, el mítico fotógrafo de guerra, el militante comunista que acudió con su pequeña cámara y sus ilusiones a la guerra civil de 1936, el fundador de Magnum, el fotógrafo del desembarco de Normandía y el inspirador de toda una forma de entender el fotoperiodismo, no tuvo el valor, la solidaridad ni la responsabilidad para resistir al hecho de que Gisèle Freund tuviese problemas con la Admistración norteamericana y le pusiese a él mismo en peligro, por lo que acabó despidiéndola de la Agencia. Quizás, si hubiese sido hombre, las cosas habrían sido diferentes.

Clemente Bernad.

A %d blogueros les gusta esto: