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Pie de foto: John Lennon y Yoko Ono por Annie Leibovitz

Hoy es el aniversario de la muerte de John Lennon, asesinado el 8 de diciembre de 1980. Ésta es la última fotografía que se le hizo, tomada por Annie Leibovitz. Aquí nos cuenta la historia.


La foto de John Lennon y Yoko Ono tumbados juntos en el suelo horas antes de su muerte tardé diez años en hacerla. La primera foto que hice de John fue mi primer encargo importante de Rolling Stone en 1970. Jann Wanner iba a Nueva York a hacerle una entrevista y lo convencí para ir con él, básicamente explicándole que le saldría más barato que cualquier otro fotógrafo. Cogí un vuelo barato y me quedé en casa de amigos. Luego me dijo Yoko que John y ella estaban impresionados de que Jann dejase a alguien como yo fotografiar a gente tan famosa. Estaban acostumbrados a los mejores fotógrafos del mundo y de repente aparece esta niña. Pero John no me trató como a una niña y me tranquilizó. Era honesto, sencillo y cooperador. Esa sesión marcó un precedente en mi trabajo con la gente conocida. John, una figura legendaria, a quien yo veneraba,  me enseñó que podía ser yo misma.

Llevaba mis tres Nikon con un objetivo 105mm y un fotómetro. En un momento dado, mientras John hablaba con Yoko, yo estaba con mi 105 para hacer una primera lectura y John me miró. Fue una larga mirada. Parecía mirarme fijamente, entonces pulsé el disparador. Ésa fue la foto que Jann eligió para la portada cuando volvimos a San Francisco.

Diez años más tarde, se publicó el album de John y Yoko Double Fantasy y Jonathan Cott había entrevistado a John para Rolling Stone. Los fotografié en su apartamento en Dakota a principios de diciembre y volví unos días más tarde con una idea concreta en mente. En la portada del nuevo álbum, John y Yoko aparecían besándose. Era un simple beso en una época de saturación. Pensé en cómo la gente se acurruca en la cama y le pedí que posaran desnudos abrazándose. Nunca se habían avergonzado de desnudarse, había un desnudo frontal en el disco de Two Virgins, el primer álbum que grabaron juntos. Eran artistas. John no tuvo problema con la idea pero Yoko, por alguna razón,  dijo que no quería quitarse los pantalones. Así que le dije, ‘Ok, entonces déjatelo todo’.

Hice una Polaroid de los dos tumbados y John la miró y dijo “Has capturado nuestra relación a la perfección”. Había pasado los últimos cinco años siendo amo de casa, cuidando a su hijo Sean y el nuevo álbum era el retorno a su carrera musical. Me llevó a parte y me dijo que sabía que la revista quería una foto sólo de él en la portada pero que quería que también saliera Yoko. Me dijo que era muy importante.

La foto fue tomada una tarde en una habitación que daba a Central Park. Íbamos a quedar más tarde para ver las diapositivas pero esa misma noche, cuando John volvía de  una grabación, un fan trastornado le disparó. Me lo dijo Jann. Habían llevado a John al Roosevelt Hospital, y fui a hacer algunas fotos a la gente que allí se había congregado. Sobre media noche, salió un médico. Me subí a la silla y lo fotografié anunciando la muerte de John. Luego volví a Dakota y estuve con la gente en duelo sujetando velas.

Ahora, la foto parece como el último beso. Jann decidió publicarla en portada sin ningún texto, excepto el logo de Rolling Stone. Cuando fui al apartamento de John y Yoko para enseñarle la maqueta, estaba tumbada en la cama en una habitación oscura. Me dijo que estaba satisfecha con lo que habíamos hecho.

Annie Leibovitz At Work.

Entrevista a Don McCullin.

Esta es una entrevista publicada en el periódico argentino La Nación el 18 de julio de 2004. Es muy larga así que le he quitado un poco de paja.

Don McCullin por Wattie Cheung, 2006.

(…)

-¿Piensa seguir trabajando en los frentes de guerra?
-No creo que vuelva a hacerlo. No es para mi edad. Voy a cumplir sesenta y nueve años en octubre y tengo una nueva esposa y un nuevo hijo, que acaba de cumplir un año. Estoy harto de la fealdad y del horror de las guerras. (…)

-¿Como fotógrafo usted toma partido?
-Sí. Tomo partido por los oprimidos. Cuando voy a una guerra, siempre leo todos los informes y los libros sobre los problemas que la generaron. Pero cuando se llega a los lugares de combate, es imposible actuar con una mente abierta porque las atrocidades que uno ve hacen que uno se incline por los que han sido agredidos o invadidos, por los débiles. Cuando fui a Beirut y vi a la Falange Cristiana asesinando niños y mujeres, no necesité que nadie me dijera cuál era el partido que debía tomar. Lo que la Falange Cristiana estaba haciendo era criminal, no tenía nada que ver con la política. Una vez asistí a un episodio espantoso en aquella ciudad. Fui testigo de cómo un hombre, en la escalera de su casa, rodeado por su familia, era apuntado por un miembro de la Falange. Recuerdo la mirada de ese hombre que se dirigía a mí para que yo pidiera por su vida. No pude hacer nada. Un soldado cristiano me había dicho: «Si usted toma una foto, lo mato». En ese momento, yo me preguntaba cómo aquel soldado podía llamarse cristiano y matar inocentes en nombre de Dios.

Vietnam, Febrero, 1968.

-¿Cuándo y cómo decidió convertirse en fotógrafo de guerra?

-En primer lugar, ni siquiera sabía en mi juventud que iba a ser fotógrafo. No decidí mi profesión. Crecí en un barrio muy pobre de Londres. No tenía ninguna educación. Dejé el colegio a los quince años. Mi padre murió cuando yo tenía trece y la cólera por su muerte me cegaba. (…) Yo podría haber sido un criminal. Pero una voz me decía que no quería terminar en prisión. Amaba mi libertad. (…)

-Usted estaba condenado a la violencia en su adolescencia, pero pudo evadirse de ella.
-En cierto modo, sí. Mi carrera se inició y se alimentó de violencia. Uno de los chicos que formaban parte de mi grupo se enfrentó a una banda de muchachos. Llegó la policía para separarlos y alguien mató a mi amigo con un cuchillo. (…)Yo había tomado fotos como amateur de ese grupo de amigos, entre los que estaba el asesinado, y entonces las llevé a un diario muy famoso, The Observer. Eso sucedía en 1958. (…) Unas semanas después publicaron media página con mis imágenes. Y, al día siguiente, me ofrecieron un trabajo. Era algo increíble. No sabía nada de fotografía.

-¿Quién le dio la máquina con la que tomó la fotografía de aquella banda?
-La compré durante mi servicio militar, en Kenia. En ese entonces, había una guerra contra los Mau Mau. Las Fuerzas Armadas me enviaron a Nairobi como soldado. Procesaba films, pero no sabía nada de fotografía, ni de reportajes, cuando me contrataron en Londres. Entonces tuve que descubrir en qué consistía mi nueva profesión. Comencé a educarme. Compraba revistas, analizaba los servicios fotográficos, hablaba con fotógrafos importantes, más sofisticados que yo. Así pasaron cuatro años. The Observer me pagaba 20 dólares por dos días de trabajo semanal.

Finsbury Park, Londres, 1958.

Hacía fotos de huelgas de mineros, de problemas en las industrias. Un día llegué a la redacción y me dijeron que había una guerra civil en Chipre. Me preguntaron si estaba dispuesto a ir allí. Sentí que levitaba. Esa era mi gran oportunidad. Estaba muy excitado porque los últimos meses de mi servicio militar los había pasado en Chipre. De modo que conocía muy bien el terreno al que The Observer proponía enviarme. Cubrí muchas batallas y, en particular, una que se desarrolló muy cerca de la base aérea donde yo había servido. Fui el único periodista que pudo llegar allí. Volví a Inglaterra. The Observer publicó mi trabajo que, de inmediato, fue reproducido por Paris Match, Life y otras grandes revistas de la época. Además, gané el premio de Mejor Fotógrafo de Guerra del año. Creo que pude hacer todo aquello porque en ese entonces la excitación que sentía por lo que hacía y lo que me rodeaba era más fuerte que el miedo. Pero debo reconocer que el miedo ha sido mi compañero más próximo durante treinta años.

 

-Usted ha dicho que no está interesado en el aspecto estético de sus fotografías de guerra. Sin embargo, son famosas precisamente porque, aun cuando registra las situaciones más terribles, hay una especie de diseño muy plástico en ellas.
-Hay que tener mucho cuidado con ese aspecto de la fotografía. Por supuesto, uno cuida el encuadre, la luz, pero no debe regodearse en los efectos que hacen una imagen más bella. Mi posición en ese sentido es muy clásica. No tengo el derecho de usar el dolor de la gente para elevar mi oficio a un arte. Tengo una obligación moral respecto de lo que hago y de mi trabajo. Desde luego cuido mis fotografías, pero arriesgo mi vida para tomarlas. De modo que tomo algo de ese dolor, pero también doy algo. Documento el horror.

La vida es paradójica. Fíjese que mi padre tenía un problema que, en cierto modo, me apartaba de él, a pesar de que lo adoraba. El era un jugador. Iba a las carreras. Y yo me decía que no quería ser como él, que jamás jugaría. Hoy me doy cuenta de que, comparado conmigo, mi padre era un inocente. El jugaba dinero, yo he jugado mi vida. Todos los temas que tienen que ver con la moralidad y con las reglas son muy intrincados. Ciertas decisiones son difíciles de mantener. Yo me he preguntado a menudo: «¿Tengo derecho a tomar fotografías de un hombre que va a ser ejecutado?» La respuesta es no, a menos que él me autorice. (…)

-¿Es difícil después de una experiencia semejante volver a la vida normal, a la paz?
-Al principio, cuando uno empieza a cubrir guerras, todo es muy excitante. Uno no se plantea cuestiones morales. Pero a medida que desarrolla su trabajo, a medida que ve matar niños o que los ve agonizar, las cosas se vuelven horribles y entonces surgen los cuestionamientos. Cuando fui a Vietnam, todo me resultaba excitante: las bombas, la selva, los paracaídas, los helicópteros, las explosiones. Era Hollywood. Apocalypse Now. (…) Estuve allí doce días. Cuando me fui, parecía tan loco como los soldados norteamericanos que había fotografiado. Y me preguntaba: ¿qué tiene esto que ver con la fotografía? Después, cuando fui a Africa, llegué a un campo y vi a ochocientos niños que se morían de hambre, entonces me dije: «Despiértate».

Chipre, 1964.

-¿Usted fue herido en una de esas guerras?

-Sí. En Camboya, en los años 70. La esquirla de una de las bombas de los Khmer rojos me hirió en una pierna y me dejó sordo de un oído. Recuerdo que mis compañeros me pusieron en un camión, apilado con muertos y heridos. Un enfermero me inyectó morfina y, de repente, el mundo fue algo maravilloso. Hasta me sentí con fuerza para tomar fotografías de quienes estaban conmigo en el camión. Llegamos a un hospital donde permanecí diez días. También tuve otro accidente en El Salvador. Estaba arriba de un techo y por un bombardeo todo se vino abajo. Tenía una cámara en mi espalda. Mientras me caía tuve tiempo de pensar: «Mi columna vertebral». La cámara me rompió todas las costillas y me hizo pedazos un brazo. Me arrastré hacia otra casa donde había un soldado y una radio. Pasamos toda la noche refugiados allí. Por la mañana, me llevaron a un hospital. Volví a Inglaterra. Durante tres años, no pude levantar el brazo herido. Pero aprendí a tomar fotos con el brazo sano. Después pasé por una crisis moral. Empecé a tomar fotos de los paisajes donde vivo en Inglaterra, en Somerset. Son las tierras del legendario rey Arturo. Y ahora la gente está más interesada en mis paisajes que en mis otros trabajos.

Somerset, 1991.

-¿Cuándo decidió dejar de hacer fotos de guerra?

-Es una decisión que se fue forjando lentamente. Y ya ve usted, el año pasado quise seguir haciéndolo. De todos modos, hubo un hecho que me marcó profundamente. Estaba en Beirut y vi cómo una bomba caía sobre una casa y la destruía por completo. En la calle, había una mujer, la propietaria. Delante de sus ojos, en un segundo, había visto desaparecer todas sus posesiones, lo que había levantado en toda una vida. Yo alcé mi cámara y tomé una fotografía de ella frente a las ruinas. La mujer se dio cuenta. Vino hacía mí y me empezó a pegar. Me pegaba y me pegaba. Yo no me defendía. No tenía derecho de hacerlo. Esa foto conmovedora, por la que me pagarían mucho, la había conseguido gracias a ese hogar reducido a cenizas. Volví al hotel. Me decía: «Estoy harto de este trabajo». Fui al café a tomar algo para recuperarme. Y, al rato, apareció un amigo y me dijo: «¿Sabés una cosa?» «No me molestes», le contesté. Y él continuó: «La mujer que te pegó, la mujer a la que le destruyeron la casa, acaba de ser matada por una bomba». Regresé a Inglaterra. Desde entonces no fui el mismo. En diez años no volví a tomar fotos de guerra. Entre otras cosas, durante ese tiempo publiqué varios libros.

Mayfair London, 1965.

Usted prefiere tomar fotografías en blanco y negro. ¿Por qué?
-Porque cuando las imprimo puedo inyectarles más drama, más fuerza. Son tan distintas de mis paisajes en colores. Estos forman parte de la segunda parte de mi vida.

-¿Le interesa la fotografía digital?
-Me parece una invención importantísima. Pero prefiero el papel. Hay matices que sólo el papel puede dar. Entre otras cosas, puede provocar enfermedades. Después de pasar cuarenta años con mis manos en el agua, revelando fotografías y trabajando con ácidos, tengo artritis en mis manos. Sé que, dentro de unos años, todo será digital. Hasta va a ser difícil conseguir lo necesario para seguir trabajando con papel. Pero yo pertenezco a otra generación. Estoy acostumbrado a trabajar de otro modo.

-¿Le gusta hacer retratos?
-No. Porque para hacer una buena fotografía de gente famosa, se necesita por lo menos una hora. En una hora, se puede tener una idea de cómo es alguien, pero la gente famosa sólo concede diez minutos para una fotografía. Y, de ese modo, es imposible hacer un buen trabajo.

Beatles, Londres, 1968.

A pesar de que, en el medio fotográfico, estoy tan identificado con la acción bélica y las hambrunas, pocos meses después de haber regresado de Biafra me llamaron de parte de los Beatles y me propusieron pasar todo un día con ellos y fotografiarlos. Acepté. Recorrimos Londres con ellos y yo registré lo que hacían. Me pagaron 200 libras, lo que entonces era mucho, mucho dinero. En un momento, John Lennon me dijo: «Toma esta foto». Se tiró al suelo y se hizo el muerto. Los otros tres fingieron que estaban velándolo. Fue una fotografía profética.

Hace cuatro años publiqué un libro cuyo título es Durmiendo con fantasmas. Ese título sintetiza mi vida. En mi casa guardo miles de negativos. Esos negativos emiten una especie de energía triste. Por la noche, cuando me voy a dormir, siento esas vibraciones del pasado. Quise dejar un testimonio de lo que había vivido y escribí mi autobiografía, Unreasonable behaviour.

Seguí rodeado en Asia, en Africa y en América de espanto y de oscuridad, pero tomé distancia de las tinieblas para registrarlas. En vez de convertirme en un ser violento, o en un desecho humano, hice de ese mundo atroz que conocí en mi niñez y en mi adolescencia el tema de mis fotografías. Para librarme de la desdicha, di testimonio de ella.

Niños en Bradford, 1970s.

Entrevista a Don McCullin

Esta es una entrevista publicada en el periódico argentino La Nación el 18 de julio de 2004. Es muy larga así que he escogido los mejores fragmentos.

Don McCullin por Wattie Cheung, 2006.

¿Piensa seguir trabajando en los frentes de guerra?
No creo que vuelva a hacerlo. No es para mi edad. Voy a cumplir sesenta y nueve años en octubre y tengo una nueva esposa y un nuevo hijo, que acaba de cumplir un año. Estoy harto de la fealdad y del horror de las guerras. (…)

¿Como fotógrafo usted toma partido?
Sí. Tomo partido por los oprimidos. Cuando voy a una guerra, siempre leo todos los informes y los libros sobre los problemas que la generaron. Pero cuando se llega a los lugares de combate, es imposible actuar con una mente abierta porque las atrocidades que uno ve hacen que uno se incline por los que han sido agredidos o invadidos, por los débiles. Cuando fui a Beirut y vi a la Falange Cristiana asesinando niños y mujeres, no necesité que nadie me dijera cuál era el partido que debía tomar. Lo que la Falange Cristiana estaba haciendo era criminal, no tenía nada que ver con la política. Una vez asistí a un episodio espantoso en aquella ciudad. Fui testigo de cómo un hombre, en la escalera de su casa, rodeado por su familia, era apuntado por un miembro de la Falange. Recuerdo la mirada de ese hombre que se dirigía a mí para que yo pidiera por su vida. No pude hacer nada. Un soldado cristiano me había dicho: «Si usted toma una foto, lo mato». En ese momento, yo me preguntaba cómo aquel soldado podía llamarse cristiano y matar inocentes en nombre de Dios.

Don McCullin

Don McCullin, soldado atónito, Batalla de Hue, 1968.

¿Cuándo y cómo decidió convertirse en fotógrafo de guerra?

En primer lugar, ni siquiera sabía en mi juventud que iba a ser fotógrafo. No decidí mi profesión. Crecí en un barrio muy pobre de Londres. No tenía ninguna educación. Dejé el colegio a los quince años. Mi padre murió cuando yo tenía trece y la cólera por su muerte me cegaba. (…) Yo podría haber sido un criminal. Pero una voz me decía que no quería terminar en prisión. Amaba mi libertad. (…)

Usted estaba condenado a la violencia en su adolescencia, pero pudo evadirse de ella.
En cierto modo, sí. Mi carrera se inició y se alimentó de violencia. Uno de los chicos que formaban parte de mi grupo se enfrentó a una banda de muchachos. Llegó la policía para separarlos y alguien mató a mi amigo con un cuchillo. (…)Yo había tomado fotos como amateur de ese grupo de amigos, entre los que estaba el asesinado, y entonces las llevé a un diario muy famoso, The Observer. Eso sucedía en 1958. (…) Unas semanas después publicaron media página con mis imágenes. Y, al día siguiente, me ofrecieron un trabajo. Era algo increíble. No sabía nada de fotografía.

¿Quién le dio la máquina con la que tomó la fotografía de aquella banda?
La compré durante mi servicio militar, en Kenia. En ese entonces, había una guerra contra los Mau Mau. Las Fuerzas Armadas me enviaron a Nairobi como soldado. Procesaba films, pero no sabía nada de fotografía, ni de reportajes, cuando me contrataron en Londres. Entonces tuve que descubrir en qué consistía mi nueva profesión. Comencé a educarme. Compraba revistas, analizaba los servicios fotográficos, hablaba con fotógrafos importantes, más sofisticados que yo. Así pasaron cuatro años. The Observer me pagaba 20 dólares por dos días de trabajo semanal.

Hacía fotos de huelgas de mineros, de problemas en las industrias. Un día llegué a la redacción y me dijeron que había una guerra civil en Chipre. Me preguntaron si estaba dispuesto a ir allí. Sentí que levitaba. Esa era mi gran oportunidad. Estaba muy excitado porque los últimos meses de mi servicio militar los había pasado en Chipre. De modo que conocía muy bien el terreno al que The Observer proponía enviarme. Cubrí muchas batallas y, en particular, una que se desarrolló muy cerca de la base aérea donde yo había servido. Fui el único periodista que pudo llegar allí. Volví a Inglaterra. The Observer publicó mi trabajo que, de inmediato, fue reproducido por Paris Match, Life y otras grandes revistas de la época. Además, gané el premio de Mejor Fotógrafo de Guerra del año. Creo que pude hacer todo aquello porque en ese entonces la excitación que sentía por lo que hacía y lo que me rodeaba era más fuerte que el miedo. Pero debo reconocer que el miedo ha sido mi compañero más próximo durante treinta años.

Usted ha dicho que no está interesado en el aspecto estético de sus fotografías de guerra. Sin embargo, son famosas precisamente porque, aun cuando registra las situaciones más terribles, hay una especie de diseño muy plástico en ellas.

Hay que tener mucho cuidado con ese aspecto de la fotografía. Por supuesto, uno cuida el encuadre, la luz, pero no debe regodearse en los efectos que hacen una imagen más bella. Mi posición en ese sentido es muy clásica. No tengo el derecho de usar el dolor de la gente para elevar mi oficio a un arte. Tengo una obligación moral respecto de lo que hago y de mi trabajo. Desde luego cuido mis fotografías, pero arriesgo mi vida para tomarlas. De modo que tomo algo de ese dolor, pero también doy algo. Documento el horror.

La vida es paradójica. Fíjese que mi padre tenía un problema que, en cierto modo, me apartaba de él, a pesar de que lo adoraba. El era un jugador. Iba a las carreras. Y yo me decía que no quería ser como él, que jamás jugaría. Hoy me doy cuenta de que, comparado conmigo, mi padre era un inocente. El jugaba dinero, yo he jugado mi vida. Todos los temas que tienen que ver con la moralidad y con las reglas son muy intrincados. Ciertas decisiones son difíciles de mantener. Yo me he preguntado a menudo: «¿Tengo derecho a tomar fotografías de un hombre que va a ser ejecutado?» La respuesta es no, a menos que él me autorice. (…)

Don McCullin

Mujer turca se entera de la muerte de su marido, asesinado por la milicia griega. Chipre, 1964.

¿Es difícil después de una experiencia semejante volver a la vida normal, a la paz?
Al principio, cuando uno empieza a cubrir guerras, todo es muy excitante. Uno no se plantea cuestiones morales. Pero a medida que desarrolla su trabajo, a medida que ve matar niños o que los ve agonizar, las cosas se vuelven horribles y entonces surgen los cuestionamientos. Cuando fui a Vietnam, todo me resultaba excitante: las bombas, la selva, los paracaídas, los helicópteros, las explosiones. Era Hollywood. Apocalypse Now. (…) Estuve allí doce días. Cuando me fui, parecía tan loco como los soldados norteamericanos que había fotografiado. Y me preguntaba: ¿qué tiene esto que ver con la fotografía? Después, cuando fui a Africa, llegué a un campo y vi a ochocientos niños que se morían de hambre, entonces me dije: «Despiértate».

¿Usted fue herido en una de esas guerras?

Sí. En Camboya, en los años 70. La esquirla de una de las bombas de los Khmer rojos me hirió en una pierna y me dejó sordo de un oído. Recuerdo que mis compañeros me pusieron en un camión, apilado con muertos y heridos. Un enfermero me inyectó morfina y, de repente, el mundo fue algo maravilloso. Hasta me sentí con fuerza para tomar fotografías de quienes estaban conmigo en el camión. Llegamos a un hospital donde permanecí diez días. También tuve otro accidente en El Salvador. Estaba arriba de un techo y por un bombardeo todo se vino abajo. Tenía una cámara en mi espalda. Mientras me caía tuve tiempo de pensar: «Mi columna vertebral». La cámara me rompió todas las costillas y me hizo pedazos un brazo. Me arrastré hacia otra casa donde había un soldado y una radio. Pasamos toda la noche refugiados allí. Por la mañana, me llevaron a un hospital. Volví a Inglaterra. Durante tres años, no pude levantar el brazo herido. Pero aprendí a tomar fotos con el brazo sano. Después pasé por una crisis moral. Empecé a tomar fotos de los paisajes donde vivo en Inglaterra, en Somerset. Son las tierras del legendario rey Arturo. Y ahora la gente está más interesada en mis paisajes que en mis otros trabajos.

Don McCullin

Don McCullin, Somerset, 1991.

¿Cuándo decidió dejar de hacer fotos de guerra?

Es una decisión que se fue forjando lentamente. Y ya ve usted, el año pasado quise seguir haciéndolo. De todos modos, hubo un hecho que me marcó profundamente. Estaba en Beirut y vi cómo una bomba caía sobre una casa y la destruía por completo. En la calle, había una mujer, la propietaria. Delante de sus ojos, en un segundo, había visto desaparecer todas sus posesiones, lo que había levantado en toda una vida. Yo alcé mi cámara y tomé una fotografía de ella frente a las ruinas. La mujer se dio cuenta. Vino hacía mí y me empezó a pegar. Me pegaba y me pegaba. Yo no me defendía. No tenía derecho de hacerlo. Esa foto conmovedora, por la que me pagarían mucho, la había conseguido gracias a ese hogar reducido a cenizas. Volví al hotel. Me decía: «Estoy harto de este trabajo». Fui al café a tomar algo para recuperarme. Y, al rato, apareció un amigo y me dijo: «¿Sabés una cosa?» «No me molestes», le contesté. Y él continuó: «La mujer que te pegó, la mujer a la que le destruyeron la casa, acaba de ser matada por una bomba». Regresé a Inglaterra. Desde entonces no fui el mismo. En diez años no volví a tomar fotos de guerra. Entre otras cosas, durante ese tiempo publiqué varios libros.

Usted prefiere tomar fotografías en blanco y negro. ¿Por qué?
Porque cuando las imprimo puedo inyectarles más drama, más fuerza. Son tan distintas de mis paisajes en colores. Estos forman parte de la segunda parte de mi vida.

¿Le interesa la fotografía digital?
Me parece una invención importantísima. Pero prefiero el papel. Hay matices que sólo el papel puede dar. Entre otras cosas, puede provocar enfermedades. Después de pasar cuarenta años con mis manos en el agua, revelando fotografías y trabajando con ácidos, tengo artritis en mis manos. Sé que, dentro de unos años, todo será digital. Hasta va a ser difícil conseguir lo necesario para seguir trabajando con papel. Pero yo pertenezco a otra generación. Estoy acostumbrado a trabajar de otro modo.

Don McCullin

Don McCullin. Beatles, Londres, 1968.

¿Le gusta hacer retratos?
No. Porque para hacer una buena fotografía de gente famosa, se necesita por lo menos una hora. En una hora, se puede tener una idea de cómo es alguien, pero la gente famosa sólo concede diez minutos para una fotografía. Y, de ese modo, es imposible hacer un buen trabajo.

A pesar de que, en el medio fotográfico, estoy tan identificado con la acción bélica y las hambrunas, pocos meses después de haber regresado de Biafra me llamaron de parte de los Beatles y me propusieron pasar todo un día con ellos y fotografiarlos. Acepté. Recorrimos Londres con ellos y yo registré lo que hacían. Me pagaron 200 libras, lo que entonces era mucho, mucho dinero. En un momento, John Lennon me dijo: «Toma esta foto». Se tiró al suelo y se hizo el muerto. Los otros tres fingieron que estaban velándolo. Fue una fotografía profética.

Hace cuatro años publiqué un libro cuyo título es Durmiendo con fantasmas. Ese título sintetiza mi vida. En mi casa guardo miles de negativos. Esos negativos emiten una especie de energía triste. Por la noche, cuando me voy a dormir, siento esas vibraciones del pasado. Quise dejar un testimonio de lo que había vivido y escribí mi autobiografía, Unreasonable behaviour.

Seguí rodeado en Asia, en Africa y en América de espanto y de oscuridad, pero tomé distancia de las tinieblas para registrarlas. En vez de convertirme en un ser violento, o en un desecho humano, hice de ese mundo atroz que conocí en mi niñez y en mi adolescencia el tema de mis fotografías. Para librarme de la desdicha, di testimonio de ella.

Annie Leibovitz. (II)

Ésta es la continuación de Annie Leibovitz (I)

En 1983 empieza a trabajar para Vanity Fair donde realizó algunas de las portadas más famosas de la historia de la revista. Una de las más sonadas fue ésta, nombrada la segunda mejor portada de los últimos cuarenta años (siendo la primera la que ella misma realizó para Rolling Stones de John Lennon desnudo abrazando a Yoko Ono en posición fetal).

Cuando llegamos aquel día lo primero que le dije a Lory Volstain, que era supervisora, fue que me sentía muy sexy y que quería mostrarlo en las fotos. Le dije «creo que debes ir a buscar una lencería bonita, lencería negra, quiero mostrar cómo me siento realmente, lo sexy que puede ser un embarazo, una mujer embarazada». Osea que no fue como si persiguiéramos una idea reveladora, se trataba de la cosa más natural que podríamos hacer. Yo ni siquiera pensaba en ello como en una portada.Luego, cuando ya estaba posando, miré a Annie y le dije: «¿No sería estupendo usarla como portada?» Entonces nos miramos la una a la otra y dijimos «De ningún modo, no la utilizarían de ningún modo».

Demi Moore.

En 1989 conoció a Susan Sontag quien influyó mucho en su carrera. «Eres buena pero puedes ser mejor», le dijo. Comenzaron una relación sentimental hasta la muerte de Sontag en 2004. En 1993 viajaron a Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes. Un viaje que Annie admite no haber realizado de no ser porque Susan la animó a ello. Allí experimentó una nueva forma de fotografiar.

Estaba desarrollando mi propio estilo creando retratos formales y escenas teatrales al mismo tiempo, pero no consideraba que estos retratos conceptuales fueran periodismo. La fotografía de retrato era liberadora. Me sentía libre para jugar con el género. El fotoperiodismo, el reportaje, trataba de cómo ser un observador. Sobre ver lo que estaba ocurriendo delante de ti y fotografiarlo. No forzabas nada. Para mi generación de fotógrafos las reglas eran muy claras. Por eso hay todavía tanto escrito sobre si Robert Capa montó o no la escena de la muerte de un miliciano en la guerra civil española.

Un mortero cayó delante de nuestro coche cuando conducíamos por el vecindario, golpeó a un adolescente que iba en una bicicleta abriéndole un gran agujero en la espalda. Lo metimos en el coche y lo llevamos rápidamente al hospital pero murió en el camino…

…Las ideas que tenía antes de llegar a Sarajevo sobre el tipo de fotografías que tomaría, simplemente desaparecieron al llegar allí. No había tiempo para preocuparse por si haría retratos o otro tipo de fotografías. Las cosas ocurrían demasiado deprisa. Sólo podías responder a ellas. (Annie Leibovitz at Work)

Entre otros sitios he picoteado de:
Life through a lens, American Masters.
The Unpredictability of Life: Annie Leibovitz’s Sarajevo Bicycle.
Casi todas las citas (excepto las tres últimas) están sacadas del documental Annie Leibovitz de Rebecca Frayn.

Annie Leibovitz (II)

Ésta es la continuación de Annie Leibovitz (I)

En 1983 empieza a trabajar para Vanity Fair donde realizó algunas de las portadas más famosas de la historia de la revista. Una de las más sonadas fue ésta, nombrada la segunda mejor portada de los últimos cuarenta años (siendo la primera la que ella misma realizó para Rolling Stones de John Lennon desnudo abrazando a Yoko Ono en posición fetal).

 

Cuando llegamos aquel día lo primero que le dije a Lory Volstain, que era supervisora, fue que me sentía muy sexy y que quería mostrarlo en las fotos. Le dije «creo que debes ir a buscar una lencería bonita, lencería negra, quiero mostrar cómo me siento realmente, lo sexy que puede ser un embarazo, una mujer embarazada». Osea que no fue como si persiguiéramos una idea reveladora, se trataba de la cosa más natural que podríamos hacer. Yo ni siquiera pensaba en ello como en una portada.Luego, cuando ya estaba posando, miré a Annie y le dije: «¿No sería estupendo usarla como portada?» Entonces nos miramos la una a la otra y dijimos «De ningún modo, no la utilizarían de ningún modo».

Demi Moore.

 

En 1989 conoció a Susan Sontag quien influyó mucho en su carrera. «Eres buena pero puedes ser mejor», le dijo. Comenzaron una relación sentimental hasta la muerte de Sontag en 2004. En 1993 viajaron a Sarajevo, durante la guerra de los Balcanes. Un viaje que Annie admite no haber realizado de no ser porque Susan la animó a ello. Allí experimentó una nueva forma de fotografiar.

Estaba desarrollando mi propio estilo creando retratos formales y escenas teatrales al mismo tiempo, pero no consideraba que estos retratos conceptuales fueran periodismo. La fotografía de retrato era liberadora. Me sentía libre para jugar con el género. El fotoperiodismo, el reportaje, trataba de cómo ser un observador. Sobre ver lo que estaba ocurriendo delante de ti y fotografiarlo. No forzabas nada. Para mi generación de fotógrafos las reglas eran muy claras. Por eso hay todavía tanto escrito sobre si Robert Capa montó o no la escena de la muerte de un miliciano en la guerra civil española.

Un mortero cayó delante de nuestro coche cuando conducíamos por el vecindario, golpeó a un adolescente que iba en una bicicleta abriéndole un gran agujero en la espalda. Lo metimos en el coche y lo llevamos rápidamente al hospital pero murió en el camino…

…Las ideas que tenía antes de llegar a Sarajevo sobre el tipo de fotografías que tomaría, simplemente desaparecieron al llegar allí. No había tiempo para preocuparse por si haría retratos o otro tipo de fotografías. Las cosas ocurrían demasiado deprisa. Sólo podías responder a ellas. (Annie Leibovitz at Work)

Entre otros sitios he picoteado de:
Life through a lens, American Masters.
The Unpredictability of Life: Annie Leibovitz’s Sarajevo Bicycle.
Casi todas las citas (excepto las tres últimas) están sacadas del documental Annie Leibovitz de Rebecca Frayn.

Entrevista: 10 Preguntas a Annie Leibovitz.

Aquí os dejo una entrevista de Time a Annie Leibovitz de Noviembre del 2008 en la que contesta a 10 preguntas de los lectores.

1.- ¿Por qué continúas haciendo retratos de famosos cuando muchos de ellos tienen fotografías por todo el mundo?
Nunca me ha gustado la palabra “famoso”. Me gusta fotografiar a gente que es buena en lo que hace. Creo que el verdadero problema de hoy es que Internet ha creado una demanda de mucha más información de la que necesitamos y crea nuevos famosos. Los hemos agotado y ahora lo que hacemos es fabricarlos.

2.- ¿Hay alguien a quien nunca tuviste la oportunidad de fotografiar pero que siempre quisiste hacerlo?
Trabajo mucho y tengo la oportunidad de fotografiar a prácticamente cualquier persona que quiera. Sólo puedo pensar en gente que ya ha muerto y que me gustaría haber fotografiado, Martha Graham o Elvis Presley. Me perdí a Elvis Presley.

3.- ¿Quién ha sido la persona más difícil de fotografiar?
Algunos de los más difíciles han sido gente que ha estado en el mundo del espectáculo durante mucho tiempo. Creo que no tienen sentido de la realidad. Como Sammy Davis o incluso Michael Jackson. Otra forma de contestar esta pregunta es que quiero continuar en este negocio y sería una idiota hablando de alguien que todavía está vivo.

4.- He oído que no es fácil trabajar contigo. ¿Estas de acuerdo con eso?
En realidad, yo también lo he oído. Vengo de un lugar donde trabajaba sola y cuando empecé a trabajar con ayudantes no entendía por qué no veían exactamente lo que yo, me frustraba mucho. Por suerte, ahora trabajo con un magnífico grupo de gente que ha estado conmigo durante mucho tiempo y saben que soy bastante exigente.

5.- ¿La maternidad ha cambiado tu forma de fotografiar a la gente?
Creo que una de las cosas más bonitas es que los niños son felices sólo con ver las maletas salir en el aeropuerto. Es ese tipo de cosas, pero no sé cómo eso afecta a la fotografía. Habrá que verlo.

6.- ¿Cómo llevaste toda la polémica de Miley Cyrus?
La fotografía de Miley era preciosa, fuerte y sencilla. En realidad creo que era inocente en ciertos aspectos. A ella le encantó tomar esa fotografía y estaba preparada para hacerlo pero sencillamente la gente no lo estaba. Creo que si hubo algún error, fue que probablemente no debería haber posado para Vanity Fair.

7.- ¿Crees que es necesario un aprendizaje oficial en fotografía?
Yo tuve mucha suerte de aprender trabajando cuando trabajaba para estas revistas, pero siempre me he arrepentido de no haber tenido una educación oficial. He tenido que aprender sola.

8.- ¿Cómo ves el momento “aha” del que habla la gente? ¿Es el motivo, la composición o algo diferente?
Bueno, ha cambiado a lo largo de los años. Por ejemplo, con John y Yoko, sólo hice algunas tomas. Sabía que era bueno, tenía forma y fuerza, era simple y contaba una historia. ¿Cómo sabes si es bueno? El motivo sencillamente dice “aha” o se levanta y se va.

9.- ¿Cómo hace una mujer para abrirse camino en un mundo dominado por los hombres como el de la fotografía?
Esta era una de las 10 preguntas que más me hacían hace 20 años pero hace tiempo que no me la han vuelto a hacer, básicamente porque ahora hay muchísimas mujeres fotógrafas. Nunca me he visto como una mujer en este mundo, pero si insistes, creo que es una ventaja. Creo que a cierto nivel, las mujeres tenemos más empatía para tratar ciertas situaciones.

10.- ¿Qué es lo que la fotografía no puede captar?
Una fotografía es sólo una pequeña, diminuta, parte de la vida. Tengo la sensación de ver mucho más de lo que realmente puedo capturar. Creo fuertemente en el poder de una fotografía: puede expresar muchísimo pero realmente es sólo una pequeña parte de lo que está ocurriendo.

Aquí tenéis la transcripción original.

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