Gervasio, el san bernardo de los desaparecidos
Estábamos sentados junto al piano de cola de aquel comedor del Holiday Inn. Era un sábado cualquiera de julio de 1993, en Sarajevo sitiado. Una veintena de mesas, velas, ruidosos periodistas americanos en un par de mesas juntadas. Con ellos guapísimas chicas, casi todas estudiantas que dominaban el inglés y que comían con los informadores más ricos de aquel salón lleno de periodistas. Nosotros también necesitábamos transporte e interpretes pero con otras tarifas. La comida servida procedía del mercado negro pero también guisqui que los americanos pedían a 100 dólares la botella .
Al fondo del comedor, un enorme cortinaje negro cubría lo que debió ser una fantástica vista, nunca supe qué se veía. Del otro lado del cortinon, los serbios. De espalda a ellos, en aquel comedor, Susan Sontag, con sus 60 años, a la que venía a dar un beso su hijo David Rieff, también periodista. En nuestra mesa redonda, Gervasio Sánchez, Alfonso Armada y yo además de un italiano que partía al día siguiente. Hablábamos de lo que hablan los periodistas en zona de guerra, de las ganas de terminar el trabajo, de lo que cada cual ha visto durante el día en tal o cual barrio de la ciudad. La visita al Hospital Kosovo para contar muertos y heridos, victimas de los francotiradores, charlar con los cirujanos con mascarilla desgastada y casco de minero para iluminar la mesa de operaciones. “No tenemos anestesia. Lo que más hacemos es amputaciones de miembros. Están naciendo más niños que antes de la guerra”. El desafío de la vida ante la muerte, dije cuando supe el dato. “Y la falta de electricidad y televisión” me completó una joven enfermera.
Hablábamos de nuestros recuerdos de otras zonas de conflicto. Mis jóvenes compañeros veían en mi veteranía una confirmación de que lo que hacíamos es la profesión más bella del mundo y, en algunos momentos, la más peligrosa. Cuando contaba a mis compañeros que yo fui el único periodista español del lado egipcio cuando Israel, Francia y Gran Bretaña atacaban por todos los frentes, en Octubre de 1956, no podían creer que ya había estado en la guerra del Canal de Súez, 37 años antes, cuando ninguno de ellos había nacido.
Yo había estado varios años siendo editor o con programas de radio y televisión alejado del riesgo. Yo era un desconocido en las facultades de Periodismo y Gervasio y Alfonso se escandalizaban. ¿Por qué deberían haber hablado de mi? me preguntaba yo.Los criterios académicos y la realidad del periodismo son como el agua y el aceite. Mi reportaje de Fidel Castro y el Che en Sierra Maestra les fascinaba y sentían vértigo al pensar que hacía cuatro décadas que yo había bajado de aquella montañas de Cuba.
Nos despedimos prometiendo volver a encontrarnos en Madrid. Ser freelance no te permite aguantar demasiado en zona de guerra. Cien dólares diarios de hotel, cien de estudiante-interprete y otros cien del coche ,de otro universitario ,es mucho dinero cuando solo tienes la seguridad de que lo recuperarás si tu trabajo es satisfactorio. Mi acreditación era de “Tiempo” y acabé vendiéndoselo a “Diario 16″. Pero vivir en la inseguridad, en esta profesión, es vivir. Y aquel sábado, como si estuviésemos en una película de Fellini, con el ruido de fondo no tan lejano, de ametralladoras y morteros, apareció un pianista de frac, se sentó al piano y empezó a deleitarnos con Chopin y Strauss. Me sentí en pleno Imperio austro-húngaro. antes de que aquí, en Sarajevo, Gavrilo Princip asesinara al archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, Sofía Chotek, y comenzase la Primera Guerra Mundial.
Desde aquel encuentro nuestro, Gervasio ha seguido un camino inédito en el mundo del periodismo y de la investigación: Se interesó por los “después” de las guerras. ¿Que había sido de aquella mujer que perdió a su hijo en la masacre del Mercado de Sarajevo? ¿Se habría casado aquella muchacha que lloraba junto al novio herido? Buscar la Historia del después es, a veces, reconfortante ver cómo el ser humano caído se levanta y anda, con ortopedia o simples muletas, pero anda. Y los desaparecidos de Argentina, Chile, Colombia, Laos, Irak aparecen en modestas fotos que sujetan sus deudos con paciencia de siglos.
Ahora en España la gente puede ver y escuchar en exposiciones y conferencias, lo que es la misión de Gervasio, este buen samaritano, este perro San Bernardo que pacientemente reconstruye vidas e intenta minorar el dolor de las víctimas de la guerra. Al senequismo cordobés unió Gervas la tozudez maña tras su matrimonio con Carmen “Choco” y tener a Diego al que ha educado llevándolo a los campos de batalla de Sierra Leona, Laos, Sarajevo, Kosovo o Tinduf, para enseñarle el daño que han hecho, después de las guerras, las bombas de racimo, esas pequeñas pelotas de golf de colores vivos y que salen por millares de las bombas portadoras. Termina la contienda y esas pelotitas siguen segando miembros de niños que las encuentran y quieren jugar con ellas, los campesinos arando sus campos. Para ellos la guerra no termina nunca.
El hombre que más ha hecho porque se prohibiese la fabricación y venta de esas armas, ha sido “Gerva”, el periodista que documenta y hace visibles los familiares que tienen desaparecidos, el mismo que lucha contra el empleo de niños y niñas como soldados en las guerras africanas. Gervasio Sánchez tiene un Seminario de Periodismo Humano en Albarracín, todos los otoños. Estuve en el de 2001 y ahora al cumplirse 10 años de estos encuentros veteranos y novatos.. Se han presentado 300 jóvenes periodistas y otros 60 fueron rechazados porque Albarracín tiene 1.300 habitantes y no puede alojar a más de 300.
De vez en cuando, hojeo los magníficos libros de Gervas, publicados por Blume, mientras escucho las czardas de Monti al piano y recuerdo aquel sábado mágico de julio de 1993, hace ya… ¡17 años!
Blog de Enrique Meneses.