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Hazle una pregunta a Adrián Domínguez

Aquí llegamos con nuestra segunda entrevista. Antes de nada, quería comentaros algunas cosas que creo que no os dije antes: intentaremos hacer una entrevista al mes (más, me parece un poco excesivo); si alguien quiere aparecer en la entrevista como anónimo no tiene más que mandarme la pregunta por mail y especificarlo; y en principio para ésta volveremos a dejar una semana pero creo que para las siguientes lo acortaremos a 3 días… Bueno, ya veremos, según se vayan dando las cosas.

En fin, como muchos de vosotros ya sabréis, este mes entrevistaremos a Adrián Domínguez.

Popeye

Empezó a fotografiar a los 13 años y posteriormente se compró una ampliadora que aún conserva en el baño. «Tengo claro que es una relación de por vida» afirma. Suele utilizar película para blanco y negro y digital para el color y en sus viajes lleva ambas cámaras. «Si tienes claro lo que quieres es fácil decidir que cámara usar en cada momento».

Trabaja para editoriales como Spain Media Magazine, Taller de Editores, GyJ o Focus Ediciones, que compagina con su trabajo personal de fotografía callejera y de viajes. Su primer viaje lo realizó por Centro y Sur América en 1998 para hacer fotografías.

Ha hecho varias exposiciones, sobre todo a partir del 2008 que es cuando ha hecho un mayor esfuerzo por enseñar su obra. A parte de Entrefotos, donde lo descubrimos, ha participado en Estampa y Tazona Foto de Aragón.

En su web, podemos encontrar su trabajo sobre China. Lo realizó en un viaje de dos meses a Shangai, a través de las provincias de Sichuan, Yunnan y Guanxi. En China Portraits podemos encontrar una galería de retratos muy directos. «Desenvolverte con la cámara para fotografiar gente es un estado de ánimo, depende de como sea cada uno… A mi me gusta acercarme mucho y no suelo preguntar pero el respeto es fundamental, también tengo claro que por hacer una foto no estoy robando el alma a nadie».

En China used ways, la cosa cambia. Aunque sigue indagando en la figura humana, los rostros dejan de ser los protagonistas, para abrirse el encuadre y mostrarnos una visión más completa de su cultura. En sus propias palabras, muestra «una fijación estética hacia texturas, luces y colores pero sin dejar esa vertiente más histórica, en cuanto a que son espacios desgastados por el paso de cientos de generaciones. Social, por la interpretación de hábitos de esta cultura. Y personal por esa atracción continua hacia lo decadente o decaído».

El peso de la cruz

Madrid Popular es su trabajo más extenso. Lo lleva realizando desde principios de los 90 y aún lo continúa. Como su propio nombre indica, en este trabajo hace un retrato de la ciudad y sus habitantes de la forma más castiza. De este trabajo nos comenta: «En él pretendo capturar la esencia de una ciudad, una época, una cultura, una sociedad bajo una forma de mirar, enmarcado en personajes que encuentro por la calle, hay pequeños guiños a amigos pero siempre son fotos casuales». Además se ha publicado un libro con una recopilación de fotografías realizadas entre 1990 y 2009.

Y en Untouchables encontramos una galería de los principales fotógrafos del panorama nacional. Este trabajo me gusta especialmente ya que son fotos muy relajadas e incluso casuales.

Además de todo esto, es estudió Filosofía y Letras y es Diplomado en Ciencias de la Imagen y ha participado en numerosos rodajes de cine. Ahí es nada.

Ahora damos el pistoletazo de salida para que empecéis a mandar vuestras preguntas. Ya sabéis que podéis dejarla aquí, en los comentarios, en Facebook o mandármelas por email a reinatoresano@gmail.com. Tenéis hasta el lunes, día 8.

Por cierto, algunas de las citas las he sacado de otra entrevista que le hicieron en duendemad, echadle un ojo que está muy bien 😉

Hazle una pregunta a Carlos Álvarez.

Los que nos seguís en Facebook ya sabréis de qué va el tema, a los que no, os lo cuento en un plisplás. Cuando fui a Entrefotos, estuve charlando con unos cuantos fotógrafos que tenían su obra expuesta y se me ocurrió que estaría bien que pudiéramos entrevistar a algunos de ellos para el blog. Seleccioné a los que más me gustaron, les escribí y aquí está el primero, Carlos Álvarez al que le podéis mandar todas las preguntas que queráis. Os lo presento un poco:

Where dreams end

Carlos es un joven talento que con tan sólo 13 años empezó a tomarse la fotografía «en serio» y a los 16 ya publicaba sus primeras fotos. Se fue a Madrid a formarse y mientras tanto trabajaba como fotógrafo de moda, arquitectura, reportajes, etc.

Además de fotógrafo, ha creado, junto a Jaji Iglesias, su propia editorial llamada Ediciones Sin Amor en el que editan «libros de artista, libros de fotografía, libros de literatura, de pintura… híbridos, con la única premisa de que los artistas sean de nuestra comba». Y entre ellos, editan por supuesto sus propios libros. Jaji pone los textos y Carlos, como no, las fotografías. Así han publicado ya Vómitos de vida y Wisky con tila.

Sandstorm, desierto de Arizona.

Recientemente ha publicado su último libro, titulado RUN, que es una recopilación de fotografías polaroid tomadas a los largo de la última década en sus viajes alrededor del mundo y que va desde una tormenta de arena en Arizona hasta la vista desde la ventana de su casa.

Where dreams end, California, 2006.

Where dreams end es un proyecto realizado en 2006 en un viaje a través de la costa californiana. Son imágenes tomadas de madrugada, que es cuando a Carlos más le gusta fotografiar, caminando solo por las calles o a través de la ventanilla del coche. Todas ellas están hechas a través de una «barrera» ya sea, una ventana, una verja, etc.

Complete before leaving

En Complete before leaving, Carlos Álvarez nos muestra la otra cara de Las Vegas, la menos conocida, apartada de las luces de neón, los casinos y el glamour. En Arteinformando dicen de este trabajo:

Desde el otro lado, desde el lado del perdedor que abandona la rutina de los neones y los casinos para adentrarse en la realidad más cruda de Las Vegas, constituye el lugar desde el que dispara Carlos Álvarez, como captando el rastro y las huellas de una visión de Las Vegas que aunque parezca artificial, lleva los sentidos a flor de piel.

The wound behind the door.

Y The wound behind the door, quizás uno de sus trabajos más inquietantes, nos muestra una galería de su paso por moteles: camas deshechas, las vistas a través de sus ventanas o sus puestas entreabiertas, paredes cubiertas de papel pintado… Carlos lo describe como: «Un peregrinaje por pensiones de mala muerte, arrastrado por la el desamor y la bebida e impregnado de la literatura de Charles Bukowsky, Leopoldo María Panero, Luis García Montero (Habitaciones separadas), sobre todo Dylan…» El crítico e historiador de arte Pablo Flores escribe sobre este trabajo:

Cuesta recordar los viajes. Más si éstos son sólo una sucesión pasiva de acontecimientos. En ocasiones las fotografías actúan como memoria de lo que sucedió. Pero parece que éste no es el caso de Carlos Álvarez.. Más que como recuerdos, sus fotografías parecen abrirse paso como reminiscencias o huellas de un camino aún por trazar. No hay viaje sin su fotografía. La fotografía es directamente el viaje. No hay nada en sus fotografías que aluda de forma directa al viaje. El mero hecho de estar o recorrer – una secuencia temporal que avanza y retrocede, del día a la noche – impulsa la imagen. Visiones silenciosas y desérticas, sudorosas, cansadas y hasta claustrofóbicas, alteradas por algún que otro oasis de autorretratos – que constata la existencia del fotógrafo – denotan la desidia propia de un viaje sin rumbo.

 

Pues esto es todo, espero que os haya gustado y que tengáis un montón de preguntas que hacerle. Dejaré una semana para que las enviéis, podéis dejarlas aquí, en Facebook, o mandármelas por email (reinatoresano@gmail.com). Estará esto abierto hasta el próximo domingo (10 de Octubre) 😉

Hazle una pregunta a Carlos Álvarez

Los que nos seguís en Facebook ya sabréis de qué va el tema, a los que no, os lo cuento en un plisplás. Cuando fui a Entrefotos, estuve charlando con unos cuantos fotógrafos que tenían su obra expuesta y se me ocurrió que estaría bien que pudiéramos entrevistar a algunos de ellos para el blog. Seleccioné a los que más me gustaron, les escribí y aquí está el primero, Carlos Álvarez al que le podéis mandar todas las preguntas que queráis. Os lo presento un poco:

Where dreams end

Carlos es un joven talento que con tan sólo 13 años empezó a tomarse la fotografía «en serio» y a los 16 ya publicaba sus primeras fotos. Se fue a Madrid a formarse y mientras tanto trabajaba como fotógrafo de moda, arquitectura, reportajes, etc.

Además de fotógrafo, ha creado, junto a Jaji Iglesias, su propia editorial llamada Ediciones Sin Amor en el que editan «libros de artista, libros de fotografía, libros de literatura, de pintura… híbridos, con la única premisa de que los artistas sean de nuestra comba». Y entre ellos, editan por supuesto sus propios libros. Jaji pone los textos y Carlos, como no, las fotografías. Así han publicado ya Vómitos de vida y Wisky con tila.

Sandstorm, desierto de Arizona.

Recientemente ha publicado su último libro, titulado RUN, que es una recopilación de fotografías polaroid tomadas a los largo de la última década en sus viajes alrededor del mundo y que va desde una tormenta de arena en Arizona hasta la vista desde la ventana de su casa.

Where dreams end, California, 2006.

Where dreams end es un proyecto realizado en 2006 en un viaje a través de la costa californiana. Son imágenes tomadas de madrugada, que es cuando a Carlos más le gusta fotografiar, caminando solo por las calles o a través de la ventanilla del coche. Todas ellas están hechas a través de una «barrera» ya sea, una ventana, una verja, etc.

Complete before leaving

En Complete before leaving, Carlos Álvarez nos muestra la otra cara de Las Vegas, la menos conocida, apartada de las luces de neón, los casinos y el glamour. En Arteinformando dicen de este trabajo:

Desde el otro lado, desde el lado del perdedor que abandona la rutina de los neones y los casinos para adentrarse en la realidad más cruda de Las Vegas, constituye el lugar desde el que dispara Carlos Álvarez, como captando el rastro y las huellas de una visión de Las Vegas que aunque parezca artificial, lleva los sentidos a flor de piel.

The wound behind the door.

Y The wound behind the door, quizás uno de sus trabajos más inquietantes, nos muestra una galería de su paso por moteles: camas deshechas, las vistas a través de sus ventanas o sus puestas entreabiertas, paredes cubiertas de papel pintado… Carlos lo describe como: «Un peregrinaje por pensiones de mala muerte, arrastrado por la el desamor y la bebida e impregnado de la literatura de Charles Bukowsky, Leopoldo María Panero, Luis García Montero (Habitaciones separadas), sobre todo Dylan…» El crítico e historiador de arte Pablo Flores escribe sobre este trabajo:

Cuesta recordar los viajes. Más si éstos son sólo una sucesión pasiva de acontecimientos. En ocasiones las fotografías actúan como memoria de lo que sucedió. Pero parece que éste no es el caso de Carlos Álvarez.. Más que como recuerdos, sus fotografías parecen abrirse paso como reminiscencias o huellas de un camino aún por trazar. No hay viaje sin su fotografía. La fotografía es directamente el viaje. No hay nada en sus fotografías que aluda de forma directa al viaje. El mero hecho de estar o recorrer – una secuencia temporal que avanza y retrocede, del día a la noche – impulsa la imagen. Visiones silenciosas y desérticas, sudorosas, cansadas y hasta claustrofóbicas, alteradas por algún que otro oasis de autorretratos – que constata la existencia del fotógrafo – denotan la desidia propia de un viaje sin rumbo.

 

Pues esto es todo, espero que os haya gustado y que tengáis un montón de preguntas que hacerle. Dejaré una semana para que las enviéis, podéis dejarlas aquí, en Facebook, o mandármelas por email (reinatoresano@gmail.com). Estará esto abierto hasta el próximo domingo (10 de Octubre) 😉

Entrevista a Clemente Bernad

Autorretrato, Clemente Bernad.

En 1995, Clemente Bernad pasó varios meses fotografiando horrores por España. Fue la aportación española al proyecto Pauvres de nous, un trabajo colectivo sobre la exclusión en Europa impulsado por la asociación Les petits fréres des pauvres, que contó en España con la colaboración de la Caja de Ahorros del Mediterráneo.

Para entender cabalmente de qué habla el fotógrafo, conviene recordar los lugares y ambientes que visitó en cada una de esas ciudades: SIDA, drogas, prostitución, centros de acogida y rehabilitación, rincones, calles y barrios enteros que componen culturas de realidad subvertida, enfrentada, terminal.

Enfrentamientos de militantes independentistas con la Ertzaintza en Hernani (Guipúzcoa), en 1996.

— En pocas palabras, ¿cómo le fue en 1995 en…?:

Madrid: “La muerte acompaña siempre a la marginación”.

Segovia: “La lucha por salir del infierno, por simular ser como los demás. Una cierta melancolía”.

Granada: “Los infiernos comparten espacio con los cielos. En Granada viví más que en otros lugares la doble vida de las ciudades, la doble identidad, el infierno en el cielo”.

Málaga: “La peligrosa y densa noche”.

Pamplona: “Una imagen de las que surgen sin buscarlas. Un parque, verano, un chico inconsciente por sobredosis. Llamamos a los servicios de urgencias y, ¿por qué no?, tomé fotografías”.

— ¿Cómo huele la pobreza?

— A propósito de este trabajo escribí un texto que respondía precisamente a esto: “Si hay algo que recuerdo y recordaré siempre de estos tres meses en que me asomé al infierno como un viajero, como un visitante, como un extraño…, es el olor. El nuevo olor de las mismas calles cuando se miran desde un mundo en el que es preciso luchar como un perro para poder comer algo, para poder inyectarte cualquier cosa cuanto antes, para poder simplemente sonreír. El olor del SIDA cuando te come por dentro ante la indiferencia y el silencio de los demás. El olor del abandono, de la soledad. El olor de la envidia, de la rabia y de la resignación. El olor de los coches de policía, de la violencia, de los gritos, de las ambulancias y del amanecer. El olor a mierda. El olor de la riqueza ajena, Y el olor de la muerte, tan cercana.”

Prisión de Carabanchel, Madrid, 1998.

— ¿Qué le ha enseñado todo esto?

— Que asomarse a estos mundos no es gratis. Cada día, cada encuentro, cada conversación, cada mirada deja una herida. Algunas cicatrizan, otras no.

— ¿Ha pensado alguna vez que la suya es una cierta labor de apostolado, por necesidad ingrata?

— De ninguna manera. Nada más alejado de mi carácter que ser apóstol de nada, ni de ideas, ni de doctrinas, ni de creencias religiosas. El apostolado es propaganda y proselitismo. Me molesta sobremanera el victimismo gratuito de esos fotógrafos que se sienten portadores de una misión, mártires por la Humanidad, por el Mundo, por la Fotografía. Son ellos mismos quienes se encargan de que su sacrificio no pase desapercibido.

— ¿Qué se ha propuesto como fotógrafo?

— Simplemente, intento comprender lo que sucede donde habito. Eso es lo fundamental de mi actitud como fotógrafo. No tengo respuestas para nada, ni creo que las haya. Pienso que la curiosidad es fundamental en un trabajo de este tipo, pero abomino de la curiosidad bobalicona y gratuita que observa desde la barrera y queda satisfecha con la contemplación. Se ha de tener una curiosidad crítica, afán por comprender, reflexionar, triturar la realidad y opinar a través de imágenes.

— ¿Cuáles son sus referencias imprescindibles?

— Mis referencias en fotografía son escasas y se circunscriben a personas que han contemplado la vida con un espíritu humanista, crítico y coherente con su época. Citaré a dos: Henri Cartier—Bresson y Robert Capa, víctimas ambos de los estereotipos y las etiquetas. Cartier—Bresson es el ojo del siglo XX, el siglo de la fotografía, a la que aporta una preocupación estética, social, política e intelectual de enorme trascendencia. Robert Capa es una personalidad magnética dedicada a la fotografía por inquietud y compromiso político y social, que arrastró a muchos fotógrafos a mirar el mundo de otra manera, con espíritu enérgico, creativo y crítico muy difícil de encontrar hoy. Corren otros tiempos. Pero mis maestros están sobre todo en otras disciplinas. No sólo se mira con los ojos, sino con la forma en que uno se sitúa ante la vida y entre los demás, algo que se forja con experiencia, lectura y reflexión, más que contemplando fotografías.

"Papá", Iruñea, Pamplona, 2006.

— Tal vez sea usted un fotógrafo de guerra, de esas guerras que están a la vuelta de todas nuestras esquinas. ¿Por qué ha elegido esos frentes de batalla?

— No sólo he elegido esos frentes de batalla sino también otros, aunque verdaderamente me seduce la idea de que cualquier batalla puede ser la de uno, si la siente como suya. Es como la vida. Me interesan sobremanera ciertos conflictos geográficamente muy alejados, pero que siento como míos, y de la misma manera hay situaciones extremadamente cercanas que me reclaman con igual intensidad. El exotismo o la lejanía están finalmente en uno mismo.

— ¿Qué le impulsó a elegir la pobreza, la marginalidad, como objeto de su trabajo? ¿Cómo marca personalmente haber decidido frecuentar esos mundos marginales?

— La miseria ha sido un argumento recurrente en la historia de la fotografía. Sin embargo, los pobres, los desposeídos, los desheredados, los presos, los enfermos terminales, los refugiados…, no fotografían a nadie, siempre son ellos los fotografiados. Pero, ¿qué es de los ricos, de los poderosos? ¿Dónde viven, qué comen, cómo se divierten, cómo sufren, cuáles son sus miserias, su vida diaria? El pobre es más accesible, tiene más dificultades para defenderse y protegerse, su espectáculo atrae más porque bebemos de la tradición burguesa; su contemplación sirve a menudo para lavar conciencias. Siempre me he sentido atraído por el concepto de resistencia. Frente a la adversidad, la injusticia, el destino, la pobreza, la muerte, la derrota. Me atraen los resistentes capaces de sobrevivir en condiciones insoportables. He fotografiado a los jornaleros andaluces que nomadean y luchan por la tierra, a las mujeres saharauis, que resisten desde hace 25 años en condiciones absolutamente intolerables, a rebeldes en Chiapas y a huelguistas de hambre en Turquía, que se dejan morir en la más absoluta indiferencia y olvido. He fotografiado durante años el conflicto del País Vasco, donde la violencia y la rigidez imperan, donde se resiste en todos los sentidos y en todos los frentes. Pero esta vez casi no hay resistencia. La miseria extrema, la enfermedad terminal, la marginación real como anestésicos del espíritu de supervivencia.

Clemente Bernad.

— ¿Es usted compasivo con sus sujetos o sólo un testigo que procura no opinar?

— Yo procuro opinar siempre. Si no pudiese hacerlo con la fotografía, elegiría otro lenguaje. No me interesan los fotógrafos sin opinión, los que no arriesgan, los que evitan el ojo del huracán. Deploro las posiciones cómodas, estables, invariables. Prefiero siempre la duda, lo complejo, lo ambiguo, lo que no está claro, lo que cambia, lo que se oculta. Ser compasivo con los sujetos me resulta imprescindible, pero compasión es una palabra vacía de contenido. Ahora se ha puesto de moda ser humanitario y eso choca frontalmente con mi idea de estar en el mundo. Vivimos tiempos que no favorezcan la crítica, la reflexión, la búsqueda de soluciones; se trata de poner parches, de callar y llorar, de bajar la cabeza y lamerse las heridas. No son tiempos de humanismo, sino de humanitarismo, y eso afecta también a fotografía. No sólo a una forma de trabajar, sino también y sobre todo a la forma de mirar. “No se lleva” el fotógrafo que se interroga e interroga al poder –¿a quién si no?–, sino el

que mira pero no ve, o no quiere ver, el que calla y sólo dirige la vista donde y cuando se le indica. Claro que lo humanitario es más agradecido y causa menos problemas: todos de acuerdo en todo, incluso en esa porción de crítica permitida. Lo malo viene cuando alguien se sale del tiesto, cuando se mira “lo que no se debe”, cuando se frecuenta lo maldito, lo tabú, lo innombrable.

— ¿Qué ideología reflejan sus imágenes?

Espero que ninguna, pero sí me gustaría que reflejasen ideas, aunque sólo encierren dudas. Las fotografías no pueden hablar y lo que nos dicen es poco elocuente, muestran demasiado poco, quizás únicamente que lo fotografiado estuvo en un momento dado ante una superficie sensible a la luz y que allá quedó una huella, un rastro. Ninguna certeza, ninguna respuesta, sólo huellas de presencias, de vida. Huellas que nos hablan de personas que vivieron, siempre en pasado. Eso me obsesiona como fotógrafo, esa alianza de la muerte, de lo pasado, de lo que ya no volverá, que empapa a la fotografía. Porque la sensación que se experimenta cuando se contempla la fotografía de algo que sucedió, de un ser querido que murió, de alguien que creció y ya no es como era, esa emoción no es comparable con ninguna otra forma de descripción.

— ¿De qué hablamos cuando hablamos de ética en el 2002?

— De que tenemos la obligación de preocuparnos por los que sufren; de que no es tolerable, desde el bienestar, mirar hacia otro lado.

— ¿Qué credos mantiene y a qué coste?

— Nunca he tenido grandes credos, y cada vez tengo menos. La religión se desmoronó como un azucarillo en el café, y siento horror cada vez que alguien habla de creencias, de fe. Si se habla desde la fe el intercambio es imposible, o al menos muy difícil. No tengo credos, palabra temible, pero sí tengo algunas opiniones y mucha perplejidad, porque conforme pasan los años todo se vuelve más sutil, más complejo, los matices son mucho más importantes y las explicaciones simples se ven absurdas.

— La dedicación a las diversas miserias humanas puede ser una tarea sin límites.

— Sin duda. Esos mundos están siempre a la vuelta de la esquina. Hagamos lo que hagamos, viajemos donde viajemos, siempre estaremos cerca del infierno. Por una simple cuestión de higiene, y de saber estar en el mundo que nos ha tocado vivir, creo que es mejor estar cerca –física y sentimentalmente– de los más pobres, de los desposeídos, de la otra cara del espejo.

México D.F. Septiembre, 2006.

— ¿Se mueve con más facilidad entre los desposeídos?

— No, en absoluto. Cuando trabajo me muevo con igual dificultad cualquiera que sea el entorno, porque siempre son lugares nuevos, situaciones desconocidas. Trabajar entre los desposeídos significa enfrentarse con lo contradictorio de la vida, probablemente el motor de mi trabajo como fotógrafo. Además, significa compartir lugar y tiempo con personas que carecen de medios para vivir con dignidad en un mundo que los ignora y les vuelve la espalda. Significa también enfrentarse con alguien que ya sabe que morirá abandonado por una sociedad hipócrita y cruel, con una persona que es heredera de los millones de desheredados de la historia pero impone ante uno su presencia viva, su drama actual, frente a todas las convicciones, todas las ideas y todas las intenciones que se tengan. Al final, uno está siempre solo ante la duda, lo contradictorio, el deseo de abandonar pero la necesidad ineludible de continuar.

— ¿Qué destilan los mundos que usted mira?

— Experiencias, que son las heridas que uno va acumulando. Quisiera conseguir que algo de ellas quedara reflejado en mis imágenes.

— ¿Qué le gusta mirar?

— Todo. Sin límites. Algunas cosas por placer y otras porque lo considero necesario.

— ¿Cuál es color de la felicidad?

— Somos tan frágiles que seguramente la felicidad toma en cada momento el color que más nos interesa.

— ¿Qué le gusta fotografiar?

— Me gusta mirar todo, pero no fotografiarlo todo. Es cuestión de querencias, de intereses, de ganas por comprender y por contar ciertas vidas. Si mirar es cuestión de apetito, y yo lo tengo bueno, fotografiar exige, en mi caso, saber qué quiero comer y elegirlo, aún cuando por una simple cuestión de placer, haga constantemente fotografías de forma despreocupada. El hecho fotográfico exige elegir constantemente. No se puede reproducir todo, no se puede recordar todo, no se puede fotografiar todo.

— ¿Qué tiene contra la frivolidad?

— Nada en absoluto. Al contrario, la frivolidad forma parte de nuestras vidas. Todos tenemos muchas caras y una de ellas es la frívola, más ligera y despreocupada. Profesionalmente, no sólo me apetece hacer —y hago— temas más ligeros o frívolos, sino que también creo que es necesario fotografiar los temas más serios y dramáticos con ciertas dosis de frivolidad: la vida es así, compleja y contradictoria.

— ¿Qué tres características resaltaría de su trabajo?

— En primer lugar, la sinceridad. Además, me gustaría que provocase reflexión y produjese placer.

Valencia-Madrid, 2006.

— ¿Cuál es su posición dentro del panorama fotográfico español? ¿A quiénes reconoce como cómplices en el panorama internacional?

— Dentro del panorama español me siento bastante aislado. No es que tenga nada que reprochar a nadie ni que abrigue un afán por diferenciarme, pero sí percibo una sensación realmente molesta de no participar, de no compartir, y es algo que últimamente me preocupa, porque es preciso intercambiar puntos de vista, experiencias e ideas con otros, aunque sea cierto que ahora yo no los tengo cerca en ningún sentido. En el panorama internacional hay más fotógrafos que puedo calificar como cómplices, con algunos mantengo una relación fluida, con otros la complicidad se establece a través de sus trabajos y planteamientos profesionales y vitales.

— Dicen que es usted un independiente. ¿Qué supone eso en estos tiempos? ¿Ser independiente significa ser un outsider, esto es, un marginal, y por tanto alguien incómodo, y en consecuencia ignorado?

— Me siento todo lo independiente que se puede ser ahora, que no es mucho. Me gusta pensar que soy independiente, un profesional que sabe ajustarse al encargo, pero guardando siempre la posibilidad y la capacidad de dar un portazo y respirar otros aires. No me siento atado, y eso influye en mi forma de trabajar. Claro que la independencia conlleva además otros peajes y supone, entre otras cosas, sufrir ciertas cuotas de marginación. Sobre todo cuando la práctica no es el asentimiento servil y pasar la mano por la espalda. Hoy se valora sobre todo lo rápido, lo “joven”, lo espectacular, lo fácil, así que es importante no sucumbir a la lógica que impone el mercado, la industria. Se buscan con ansia jóvenes valores que impacten y rompan moldes. Yo siento la necesidad de trabajar de otra forma porque no me interesan ni la prisa ni el éxito, ni romper moldes ni vivir a tope. Quizás sea eso ser independiente y haya un precio que pagar, pero en cualquier caso no es algo que me preocupe en exceso.

— ¿A dónde le lleva su evolución como fotógrafo?

— Ignoro dónde me lleva mi evolución como fotógrafo y no me preocupa especialmente. Al cabo de los años he llegado a la convicción de que no hay que buscar las imágenes en lugares extraños, porque siempre, absolutamente siempre, están donde uno se encuentra. A veces uno corre tras una imagen o una situación sin percatarse de que el tiempo pasa y de que esa búsqueda nerviosa no hace sino ocultar la ausencia de algo que contar, sin darse cuenta de que en verdad se trata de mirar de otra forma, más reflexiva, más pausada, más sincera.

Gasteiz, Vitoria, 2007.

— ¿Qué tipo de reportaje le interesa aquí y ahora?

— Me interesa el reportaje en profundidad, el que intenta encontrar las caras ocultas, las razones posibles, los lugares no comunes. Me interesa el reportaje tras el cual hay una persona con opiniones, dudas, aciertos y fallos. Me gustan los trabajos que muestran puntos de vista personales pero sin que eso sea sinónimo de una subjetividad tan extrema que los haga incomprensibles. Trabajos que equilibren opinión personal, rigor, profundidad y una solución formal coherente con el argumento y con el tiempo que vivimos. No se puede fotografiar hoy igual que hace 50 años.

— ¿Para qué sirve hoy la fotografía? ¿Para qué debería servir?

— En el mundo de lo digital y de las nuevas tecnologías de representación y transmisión, la fotografía aún sirve simplemente para contarlo. Desde luego que la fotografía tiene una enorme capacidad de mentira, de engaño. Desde luego que no es espejo de la realidad, ni testimonio fiel, ni documento probatorio. Esto es algo que ya sabemos. Pero tampoco hay otro lenguaje que diga más verdad que la fotografía.

— En su obra:

Un paisaje. “Una fotografía tomada en el puerto de Bermeo: un hombre tumbado sobre las piedras del rompeolas. No es nada importante, no sucede nada, pero es la imagen con la que inicio sentimentalmente el trabajo sobre el País Vasco”.

Un rostro. “Todos mis trabajos están llenos de rostros”.

El horror. “El ayuno hasta muerte de los presos turcos y sus familiares. Estar con personas que han decidido morir pasando por un ayuno monstruoso que en ocasiones ha superado los 300 días, es algo muy cercano al horror. Mirarles a los ojos, tocarles, es asomarse a otra dimensión, pero demasiado cercana”.

La rabia. “El conflicto vasco. Sospechar si el túnel no tendrá salida”.

La frustración. “Cuando llega el momento de irse, tras fotografiar o pasar un tiempo con personas en situaciones críticas. La sensación de que allá se queda algo que requiere mucho más tiempo, más esfuerzo, más de todo”.

La luz. “La luz no existe sin la sombra”.

"Buitres", Iruñea (Pamplona), 2007.

Entrevista de Fernando Rimblas en 2002.

Entrevista a Jimmy Fox, editor gráfico de Magnum.

Estupenda entrevista publicada en XLSemanal. Me quedo con la frase «Con el ordenador ha venido a producirse una diarrea visual».

Jimmy Fox por Susana Vera.

Están colocadas al azar, sin ningún criterio estético apreciable, enmarcadas de forma casual, algunas ladeadas y todas cubiertas de una fina capa de polvo. Pero ahí están, las fotos originales de Robert Capa, Josef Koudelka, George Rodger, Gilles Peress… en el recibidor de este pequeño apartamento parisino en el que vive desde hace 30 años Jimmy Fox, el hombre que ha editado durante medio siglo el material gráfico de Magnum, la agencia más prestigiosa del mundo. Sus ojos han sido los primeros en ver fotos que han hecho historia –Tiananmen, Somalia, Beirut, Sabra y Chatila…– antes incluso de que los fotógrafos que seguían en el frente supieran a ciencia cierta lo que habían captado. Llegó a la fotografía cuando en 1956 lo contrataron para organizar los archivos de la OTAN. Diez años después, en mayo de 1966, Cornell Capa lo contrató para organizar la oficina de Magnum en Nueva York. «Sí, debo de ser el editor gráfico vivo más viejo.» En el salón de su casa, llena de libros, documentos y recuerdos y ya retirado del día a día de la agencia, sigue trabajando en varios libros y exposiciones. Con un entusiasmo propio de los 20 años y la sabiduría de los 72, habla para XLSemanal.

XLSemanal. Cuando llegó a Magnum, la agencia llevaba funcionando casi una década, pero no había un archivo organizado. Habría un montón de material…
Jimmy Fox.
Sí, había muchas fotos, pero nada más. Sólo había un télex. Ni fotocopiadora ni grabadora ni nada. Y esto era mucho antes de que Bill Gates tuviese idea alguna. Me preocupaba enormemente la preservación del material gráfico. Dediqué a aquello cinco años.

XL. Miró todos los negativos de todos los fotógrafos, en hojas de contacto (tamaño 5 cm x 3 cm), ¿debe de tener un ojo bien entrenado?
J.F.
Sí, hay que tener buen ojo. Yo lo tengo. Puedo mirar contactos muy rápido. Hay que ser metódico y preciso.

XL. ¿Qué se necesita para ser un buen editor gráfico, para seleccionar las mejores fotos entre miles?
J.F.
Es importante entender de composición, pero sobre todo debes comprender al sujeto fotografiado, tener compasión, respeto y ser humilde. No puedes caer en el error de ser tan perfeccionista y quedarte sólo en la composición y no en el contenido. En uno de sus primeros trabajos con Magnum, James Nachtwey volvió de Rumanía de fotografiar los orfanatos. Eran unas imágenes muy sentimentales, lo que llamamos peephole, como el que mira por una mirilla. El fotógrafo se había apropiado del sujeto en lugar de ser testigo. Cuando tratas con el sufrimiento humano y juegas con la estética, es peligroso. Es un límite muy difícil de trazar. ¿Quién es más importante, el sujeto que sufre o el fotógrafo y su estética?

XL. Detecto una crítica hacia esas fotos que muestran el hambre y la muerte de forma estética, como las de Nachtwey o Salgado que todos tenemos en la cabeza.
J.F.
No necesariamente. Conozco bien a Sebastião Salgado. Cuando regresó de su trabajo sobre el hambre y vi todo su material, recuerdo haberme despertado una noche con una imagen en la cabeza que no me dejaba dormir, una de un niño intubado… si a mí no me dejaba dormir una foto, ¿qué le estaría pasando a él, que estuvo allí? Conozco la situación personal de Sebastião, que tiene un hijo con síndrome de Down, conozco su sensibilidad, y se había pasado todo el día, muchos días, en un campo en el que los niños morían de hambre. Eso, forzosamente, te cambia. ¿Cómo lidia él con esa situación? ¿Cómo la plasma? Eso es lo determinante.

XL. ¿Y supongo que Salgado le contaría sus impresiones, lo que había sentido?
J.F.
Sí, Sebastião te da todo tipo de información. Y eso es importante. La autenticidad. No puedes editar basándote sólo en lo gráfico. Necesitas conocer la historia. Por eso es vital el de-briefing, que te cuenten lo que han vivido. Magnum siempre ha tratado con temas de preocupación social, lo que requiere un gran respecto por lo que se fotografía. Como fotógrafo, no puedes ser más importante que la persona que está frente a ti. No me gusta el oportunismo. Por eso no me gustan las imágenes de asilos, psiquiátricos, prisiones, de gente que no se puede defender, porque las personas se convierten en objetos. Corres el riesgo de convertirte en el fotógrafo del horror.
XL. ¿Se atrevería a elegir a los fotógrafos más importantes?
J.F.
Es embarazoso categorizar quién es importante o no…Además, siempre ofendes a quien no mencionas. Sin duda, Henri Cartier Bresson me ha influido enormemente. Hablábamos mucho, sobre todo de dibujo, afición que compartimos. Tenía una gran curiosidad por todo. Kertesz era también generoso y estaba siempre alerta como una ardilla. Koudelka, a quien conozco desde que llegó a Magnum, es un ejemplo de generosidad y búsqueda de la perfección. Siempre tiene una palabra amable…

XL. Es curioso que cuando habla de ellos, los juzga como personas y no como fotógrafos…
J.F.
Es que, primero, son amigos y, luego, fotógrafos. Cuando me gustan las fotos de alguien, quiero conocerlo. Para valorar su trabajo, su comportamiento humano debe ser igual a su talento. El talento no lo es todo.

XL. ¿Qué opina de la figura del fotógrafo empotrado?
J.F.
Que ya no van a ir ni empotrados, porque ahora los secuestran…

XL. ¿Creen que los fotógrafos y periodistas ya no irán a cubrir guerras?
J.F.
Lo que creo es que no deberías arriesgar tu vida ni la de los demás para hacer fotos cuyo objeto es llenar páginas de periódicos y revistas cuyo objeto, a su vez, es ganar dinero con la publicidad que va junto a esas fotos.

XL. ¿Pero no es eso lo que hacen desde hace décadas los fotógrafos de Magnum, jugarse la vida para hacer fotos que se publiquen?
J.F.
No. Aquí hay dos cosas distintas: una es el fotógrafo que, sin ser enviado por un medio, cogía la mochila y, porque estaba convencido de ello, porque se sentía comprometido con el tema, iba a una guerra o un conflicto y otra distinta es cuando un medio te envía a cubrir una guerra para que defiendas su punto de vista y llenes unas páginas que van a reportar un dinero.

XL. Pero da igual. Al final, el primero, por muy mochilero que sea o muy comprometido que esté, tendrá que plegarse a las condiciones del medio en el que quiere publicar.
J.F.
Hay una enorme diferencia. El primero tiene el control sobre el material que envía al medio, lo edita y puede aportar su propia visión, que el medio compra o no. El segundo tiene que entregar todo el material, todo el filme que la publicación le ha dado y no controla el enfoque. Cuando quisieron enviar a Susan Meiselas a Nicaragua (en los 70), se planteó esta cuestión y le dijimos: «Ve sólo si crees que debes hacerlo, pero no lo hagas porque si no vas a una guerra, traicionas el espíritu de Magnum».

XL. ¿Y cuál es ese espíritu de Magnum?
J.F.
(Silencio) Perfeccionismo y honestidad.

XL. ¿Y cómo sabes quiénes son los fotógrafos ‘honestos’, a los que realmente les interesa?
J.F.
Los que han ido antes de que estalle el conflicto, los que siguen lo que pasa, los que han dado los primeros pasos, los que se toman su tiempo… a esos les interesa de verdad. Los otros van de safari. El editor de Newsweek me comentaba hace poco que tiene tantos chicos con una cámara deseando ir a cubrir conflictos que podría llenar un avión cada semana. Construir tu carrera sobre un sueño violento es muy peligroso. Van a la guerra como si fuesen a un parque de atracciones, no saben dónde se meten y, claro, los matan.

XL. ¿Influye de alguna forma la fotografía en los acontecimientos que registra?
J.F.
Quizá para otra generación. Como memoria para el futuro. Ahora es puro consumo.

XL. ¿Fue usted consciente en algún momento, ante algunas imágenes, de estar haciendo historia?
J.F.
No en el momento. Pero siempre tuve la sensación de estar haciendo algo con lo que había que tener cuidado. Las fotos venían del frente y yo era la primera persona en verlas, preservarlas y enviarlas al mundo. Sí, en perspectiva, hacíamos historia.

XL. ¿Y ahora está haciendo historia Magnum?
J.F.
Eso sólo el tiempo lo dirá.

XL. ¿Cómo afectan las nuevas tecnologías a la fotografía?
J.F.
Ahora, los medios fuerzan a los fotógrafos a hacer digital, porque es más barato y más rápido, pero lo que ocurre es que ellos disparan de más. Con el ordenador ha venido a producirse una diarrea visual.

XL. ¿Y qué ofrecen agencias como Magnum frente a las muchas que han surgido en esta era digital?
J.F.
Magnum no es un banco de imagen, es la visión de un fotógrafo, de cada uno de sus fotógrafos.

XL. ¿Hacia dónde va la fotografía?
J.F.
Creo que el futuro inmediato es la fotografía en movimiento con audio. No es cine. Son fotografías en movimiento y con sonido, ya sea sonido ambiente o con la voz del fotógrafo, hablando sobre lo que sucede. Los ordenadores hacen que la imagen sea accesible a una enorme cantidad de gente, permiten que se alteren el contenido, el color… abre un enorme horizonte a la creatividad. Eso es progreso, pero con él llega también la mediocridad.

XL. Hasta hace poco (cuando en 2001 se publicó su libro Boxeo) muy poca gente sabía que usted era también fotógrafo.
J.F.
Empecé a fotografiar en el 73. No quería ser fotógrafo, eso lo tenía claro, pero algo me impulsó a hacerlo. Quizá porque fotografiar es recordar. Desaparecerá de tu mente, desaparecerás tú, pero quedará una copia sólida. Muy pocos en Magnum sabían que yo hacía fotos, aunque a veces pedía consejos técnicos. Nunca las enseñé, durante años. Para mí era un hobby. Un hobby caro que no lamento. He trabajado en esta historia del boxeo durante 25 años y estoy orgulloso.

XL. ¿Por qué este deporte?
J.F.
Porque no sabía nada de boxeo. Por mi trabajo como editor de Magnum vi y viví la angustia y la destrucción física. Yo soy antiviolencia. No lo entendía. Quizá por eso me interesó saber qué hace que la gente se suba a un ring a buscar la destrucción.

XL. ¿Y qué descubrió?
J.F.
Que es todo parte del sueño de ser famoso y hacer dinero.

XL. ¿Y descubrió algo de usted?
J.F.
Que mi vida es la fotografía.

Ana Tagarro

Entrevista a Jimmy Fox, editor gráfico de Magnum

Estupenda entrevista publicada en XLSemanal. Me quedo con la frase «Con el ordenador ha venido a producirse una diarrea visual».

Jimmy Fox

Jimmy Fox, Berlín, Alemania, 2000. Magnum Collection

Están colocadas al azar, sin ningún criterio estético apreciable, enmarcadas de forma casual, algunas ladeadas y todas cubiertas de una fina capa de polvo. Pero ahí están, las fotos originales de Robert Capa, Josef Koudelka, George Rodger, Gilles Peress… en el recibidor de este pequeño apartamento parisino en el que vive desde hace 30 años Jimmy Fox, el hombre que ha editado durante medio siglo el material gráfico de Magnum, la agencia más prestigiosa del mundo. Sus ojos han sido los primeros en ver fotos que han hecho historia –Tiananmen, Somalia, Beirut, Sabra y Chatila…– antes incluso de que los fotógrafos que seguían en el frente supieran a ciencia cierta lo que habían captado. Llegó a la fotografía cuando en 1956 lo contrataron para organizar los archivos de la OTAN. Diez años después, en mayo de 1966, Cornell Capa lo contrató para organizar la oficina de Magnum en Nueva York. «Sí, debo de ser el editor gráfico vivo más viejo.» En el salón de su casa, llena de libros, documentos y recuerdos y ya retirado del día a día de la agencia, sigue trabajando en varios libros y exposiciones. Con un entusiasmo propio de los 20 años y la sabiduría de los 72, habla para XLSemanal.

XLSemanal. Cuando llegó a Magnum, la agencia llevaba funcionando casi una década, pero no había un archivo organizado. Habría un montón de material…
Jimmy Fox.
Sí, había muchas fotos, pero nada más. Sólo había un télex. Ni fotocopiadora ni grabadora ni nada. Y esto era mucho antes de que Bill Gates tuviese idea alguna. Me preocupaba enormemente la preservación del material gráfico. Dediqué a aquello cinco años.

XL. Miró todos los negativos de todos los fotógrafos, en hojas de contacto (tamaño 5 cm x 3 cm), ¿debe de tener un ojo bien entrenado?
J.F.
Sí, hay que tener buen ojo. Yo lo tengo. Puedo mirar contactos muy rápido. Hay que ser metódico y preciso.

James Nachtwey Orfanato

James Nachtwey, orfanato de Rumania, 1990.

XL. ¿Qué se necesita para ser un buen editor gráfico, para seleccionar las mejores fotos entre miles?
J.F.
Es importante entender de composición, pero sobre todo debes comprender al sujeto fotografiado, tener compasión, respeto y ser humilde. No puedes caer en el error de ser tan perfeccionista y quedarte sólo en la composición y no en el contenido. En uno de sus primeros trabajos con Magnum, James Nachtwey volvió de Rumanía de fotografiar los orfanatos. Eran unas imágenes muy sentimentales, lo que llamamos peephole, como el que mira por una mirilla. El fotógrafo se había apropiado del sujeto en lugar de ser testigo. Cuando tratas con el sufrimiento humano y juegas con la estética, es peligroso. Es un límite muy difícil de trazar. ¿Quién es más importante, el sujeto que sufre o el fotógrafo y su estética?

XL. Detecto una crítica hacia esas fotos que muestran el hambre y la muerte de forma estética, como las de Nachtwey o Salgado que todos tenemos en la cabeza.

J.F. No necesariamente. Conozco bien a Sebastião Salgado. Cuando regresó de su trabajo sobre el hambre y vi todo su material, recuerdo haberme despertado una noche con una imagen en la cabeza que no me dejaba dormir, una de un niño intubado… si a mí no me dejaba dormir una foto, ¿qué le estaría pasando a él, que estuvo allí? Conozco la situación personal de Sebastião, que tiene un hijo con síndrome de Down, conozco su sensibilidad, y se había pasado todo el día, muchos días, en un campo en el que los niños morían de hambre. Eso, forzosamente, te cambia. ¿Cómo lidia él con esa situación? ¿Cómo la plasma? Eso es lo determinante.

Sebastiao Salgado niños

Sebastiao Salgado, de su libro «Sahel: The End of the Road», 1984.

XL. ¿Y supongo que Salgado le contaría sus impresiones, lo que había sentido?
J.F.
Sí, Sebastião te da todo tipo de información. Y eso es importante. La autenticidad. No puedes editar basándote sólo en lo gráfico. Necesitas conocer la historia. Por eso es vital el de-briefing, que te cuenten lo que han vivido. Magnum siempre ha tratado con temas de preocupación social, lo que requiere un gran respecto por lo que se fotografía. Como fotógrafo, no puedes ser más importante que la persona que está frente a ti. No me gusta el oportunismo. Por eso no me gustan las imágenes de asilos, psiquiátricos, prisiones, de gente que no se puede defender, porque las personas se convierten en objetos. Corres el riesgo de convertirte en el fotógrafo del horror.

XL. ¿Se atrevería a elegir a los fotógrafos más importantes?
J.F.
Es embarazoso categorizar quién es importante o no… Además, siempre ofendes a quien no mencionas. Sin duda, Henri Cartier Bresson me ha influido enormemente. Hablábamos mucho, sobre todo de dibujo, afición que compartimos. Tenía una gran curiosidad por todo. Kertesz era también generoso y estaba siempre alerta como una ardilla. Koudelka, a quien conozco desde que llegó a Magnum, es un ejemplo de generosidad y búsqueda de la perfección. Siempre tiene una palabra amable…

XL. Es curioso que cuando habla de ellos, los juzga como personas y no como fotógrafos…
J.F.
Es que, primero, son amigos y, luego, fotógrafos. Cuando me gustan las fotos de alguien, quiero conocerlo. Para valorar su trabajo, su comportamiento humano debe ser igual a su talento. El talento no lo es todo.

XL. ¿Qué opina de la figura del fotógrafo empotrado?
J.F.
Que ya no van a ir ni empotrados, porque ahora los secuestran…

XL. ¿Creen que los fotógrafos y periodistas ya no irán a cubrir guerras?
J.F.
Lo que creo es que no deberías arriesgar tu vida ni la de los demás para hacer fotos cuyo objeto es llenar páginas de periódicos y revistas cuyo objeto, a su vez, es ganar dinero con la publicidad que va junto a esas fotos.

XL. ¿Pero no es eso lo que hacen desde hace décadas los fotógrafos de Magnum, jugarse la vida para hacer fotos que se publiquen?
J.F.
No. Aquí hay dos cosas distintas: una es el fotógrafo que, sin ser enviado por un medio, cogía la mochila y, porque estaba convencido de ello, porque se sentía comprometido con el tema, iba a una guerra o un conflicto y otra distinta es cuando un medio te envía a cubrir una guerra para que defiendas su punto de vista y llenes unas páginas que van a reportar un dinero.

XL. Pero da igual. Al final, el primero, por muy mochilero que sea o muy comprometido que esté, tendrá que plegarse a las condiciones del medio en el que quiere publicar.
J.F.
Hay una enorme diferencia. El primero tiene el control sobre el material que envía al medio, lo edita y puede aportar su propia visión, que el medio compra o no. El segundo tiene que entregar todo el material, todo el filme que la publicación le ha dado y no controla el enfoque. Cuando quisieron enviar a Susan Meiselas a Nicaragua (en los 70), se planteó esta cuestión y le dijimos: «Ve sólo si crees que debes hacerlo, pero no lo hagas porque si no vas a una guerra, traicionas el espíritu de Magnum».

Susan Meiselas Nicaragua

Susan Meiselas, Managua, Nicaragua, 1979.

XL. ¿Y cuál es ese espíritu de Magnum?
J.F.
(Silencio) Perfeccionismo y honestidad.

XL. ¿Y cómo sabes quiénes son los fotógrafos ‘honestos’, a los que realmente les interesa?
J.F.
Los que han ido antes de que estalle el conflicto, los que siguen lo que pasa, los que han dado los primeros pasos, los que se toman su tiempo… a esos les interesa de verdad. Los otros van de safari. El editor de Newsweek me comentaba hace poco que tiene tantos chicos con una cámara deseando ir a cubrir conflictos que podría llenar un avión cada semana. Construir tu carrera sobre un sueño violento es muy peligroso. Van a la guerra como si fuesen a un parque de atracciones, no saben dónde se meten y, claro, los matan.

XL. ¿Influye de alguna forma la fotografía en los acontecimientos que registra?
J.F.
Quizá para otra generación. Como memoria para el futuro. Ahora es puro consumo.

XL. ¿Fue usted consciente en algún momento, ante algunas imágenes, de estar haciendo historia?
J.F.
No en el momento. Pero siempre tuve la sensación de estar haciendo algo con lo que había que tener cuidado. Las fotos venían del frente y yo era la primera persona en verlas, preservarlas y enviarlas al mundo. Sí, en perspectiva, hacíamos historia.

XL. ¿Y ahora está haciendo historia Magnum?
J.F.
Eso sólo el tiempo lo dirá.

XL. ¿Cómo afectan las nuevas tecnologías a la fotografía?
J.F.
Ahora, los medios fuerzan a los fotógrafos a hacer digital, porque es más barato y más rápido, pero lo que ocurre es que ellos disparan de más. Con el ordenador ha venido a producirse una diarrea visual.

XL. ¿Y qué ofrecen agencias como Magnum frente a las muchas que han surgido en esta era digital?
J.F.
Magnum no es un banco de imagen, es la visión de un fotógrafo, de cada uno de sus fotógrafos.

XL. ¿Hacia dónde va la fotografía?
J.F.
Creo que el futuro inmediato es la fotografía en movimiento con audio. No es cine. Son fotografías en movimiento y con sonido, ya sea sonido ambiente o con la voz del fotógrafo, hablando sobre lo que sucede. Los ordenadores hacen que la imagen sea accesible a una enorme cantidad de gente, permiten que se alteren el contenido, el color… abre un enorme horizonte a la creatividad. Eso es progreso, pero con él llega también la mediocridad.

Jimmy Fox Ringside

Portada de Ringside, libro de fotografía de Boxeo de Jimmy Fox

XL. Hasta hace poco (cuando en 2001 se publicó su libro Boxeo) muy poca gente sabía que usted era también fotógrafo.

J.F. Empecé a fotografiar en el 73. No quería ser fotógrafo, eso lo tenía claro, pero algo me impulsó a hacerlo. Quizá porque fotografiar es recordar. Desaparecerá de tu mente, desaparecerás tú, pero quedará una copia sólida. Muy pocos en Magnum sabían que yo hacía fotos, aunque a veces pedía consejos técnicos. Nunca las enseñé, durante años. Para mí era un hobby. Un hobby caro que no lamento. He trabajado en esta historia del boxeo durante 25 años y estoy orgulloso.

XL. ¿Por qué este deporte?
J.F.
Porque no sabía nada de boxeo. Por mi trabajo como editor de Magnum vi y viví la angustia y la destrucción física. Yo soy antiviolencia. No lo entendía. Quizá por eso me interesó saber qué hace que la gente se suba a un ring a buscar la destrucción.

XL. ¿Y qué descubrió?
J.F.
Que es todo parte del sueño de ser famoso y hacer dinero.

XL. ¿Y descubrió algo de usted?
J.F.
Que mi vida es la fotografía.

Ana Tagarro

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