Fue mujer. Gisèle Freund por Clemente Bernad.
La práctica de la fotografía estuvo reservada en sus inicios a las clases más acomodadas, que encontraron en ella el medio idóneo para explorar el mundo y representarse a sí mismas lejos del inaccesible y aristocrático mundo de la representación pictórica o escultórica, reservado a la nobleza y a la Iglesia. Si por un lado era cierto que en cierta manera se “democratizaba” el acceso al arte y a la representación visual, no fue menos cierto que dicha democratización cerraba las puertas a quienes no disponían de los medios y del tiempo necesarios para cultivar una disciplina que reclamaba una gran dedicación, algo imposible para quienes no disfrutaban de una holgada posición económica. Las mujeres fueron las otras grandes marginadas de la práctica fotográfica, a la que sólo en los últimos tiempos acceden de una manera más habitual, aunque de ninguna manera normalizada y únicamente en ciertos ámbitos dentro del mundo profesional, quedando otros reservados casi en exclusiva a los hombres. La historia de la fotografía es, como sucede en tantas otras cosas, la historia de la fotografía hecha, dominada, dirigida, controlada, manipulada y por supuesto contada por hombres. Por ello, por el esfuerzo y el precio que tuvieron que pagar, las pocas mujeres que consiguieron abrirse un hueco en una estructura absolutamente machista como la de lo fotográfico han dejado sin duda una huella indeleble. Y Gisèle Freund es, dentro de ese reducido grupo de mujeres, un caso paradigmático, por su doble condición de fotógrafa y de teórica de la imagen, sobretodo porque supo poner en contacto de forma rigurosa la Sociología y la fotografía.
Gisèle Freund nació en 1908 en Berlín en el seno de una familia judía, y al terminar el bachillerato su padre le regaló una cámara Leica, muy poco tiempo después de ponerse a la venta. Se acababa de producir en los E.E.U.U. el crack de 1929 y la crisis económica vino acompañada por el crecimiento de los regímenes fascistas en Europa. Se matriculó en Sociología y se dedicó a fotografiar el ascenso del nazismo y las protestas contra él con una actitud militante y comprometida, que la llevó a abandonar Alemania rumbo a París en 1933. Allí logró terminar sus estudios en La Sorbona y doctorarse con una tesis sobre la fotografía en Francia durante el S. XIX, mientras conocía a destacados miembros de la intelectualidad francesa y los fotografiaba. La práctica de la fotografía la llevó a plantearse numerosas preguntas acerca de la identidad de la imagen fotográfica y de su pertinencia para ocuparse de la realidad social, cuestiones sobre las que el filósofo Walter Benjamin también se interesó con intensidad y a quien frecuentó durante su estancia en París. Quiso ser socióloga porque los problemas sociales la perturbaban y se cuestionaba la vida de los demás, fundamentalmente sus melancolías, sus esperanzas, sus angustias. Desarrolló un enorme interés por desentrañar la personalidad humana a través de fotografiar sus rostros. Tuvo la enorme habilidad de acceder allá donde le interesó, de cultivar amistades que le hicieron ser testigo directo de gran parte de la vida intelectual y política del S.XX, y de poner en negro sobre blanco sus inquietudes acerca del lenguaje fotográfico con rigor y al mismo tiempo con un eficaz tono divulgativo.
Sin embargo, es probable que su abundante y diverso acercamiento a lo fotográfico desde varios flancos diferentes le haya restado injustamente relevancia en diversos análisis históricos de la fotografía,que habitualmente clasifican a los fotógrafos mediante etiquetas simplistas y fácilmente reconocibles, pero prefieren olvidarse de quienes aportan complejidad y proponen reflexión. Y más aún si la reflexión propuesta es sencilla y transparente, alejada de la retórica con que la fotografía se ha ido revistiendo en los últimos años. Gisèle Freund lo expresa claramente en su libro El mundo y mi cámara: “Abrid los ojos y el corazón, apasionaos por el destino del hombre en esta tierra turbada, y haced de vuestra cámara un testigo de vuestro tiempo. Aunque la técnica fotográfica ya no plantea problemas, la imagen que registra la cámara sigue dependiendo del hombre”.
Quizás haya sido su condición de mujer lo que le haya impedido ocupar un lugar más cálido en la memoria de la fotografía del S.XX. Quizás si hubiese sido un hombre quien fotografiase los primeros crímenes del nazismo, quien se exiliase huyendo de Hitler, quien fotografiase a los intelectuales, artistas y literatos más importantes del momento y cultivase en muchos casos su amistad, quien asistiese a la eclosión artística en el México de mediados del siglo pasado o fotografiase incisivamente a un icono como Eva Perón, quien fuese también uno de los primeros miembros de la Agencia Magnum y fuese perseguida en los E.E.U.U. por la “caza de brujas” del Senador McCarthy, quien se doctorase en Sociología por la Sorbona con una tesis sobre la Historia de la Fotografía o escribiese un libro referencial como es La fotografía como documento social, o quien simplemente ejerciese la profesión de fotógrafo con humildad y oficio…, si hubiese sido un hombre, decía, tendría hoy otra consideración. Pero fue mujer. Y el propio Robert Capa, el mítico fotógrafo de guerra, el militante comunista que acudió con su pequeña cámara y sus ilusiones a la guerra civil de 1936, el fundador de Magnum, el fotógrafo del desembarco de Normandía y el inspirador de toda una forma de entender el fotoperiodismo, no tuvo el valor, la solidaridad ni la responsabilidad para resistir al hecho de que Gisèle Freund tuviese problemas con la Admistración norteamericana y le pusiese a él mismo en peligro, por lo que acabó despidiéndola de la Agencia. Quizás, si hubiese sido hombre, las cosas habrían sido diferentes.
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